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Tengo la sensación de que al final todo va a acabar bien. O al menos, de una forma que satisfaga a la mayoría de los implicados. Llegará un día en el que todo este sufrimiento, esta macedonia de malas noticias que nos castiga día tras día, llegará a su fin y descorcharemos la alegría, el optimismo y la felicidad, aunque brindemos por encima de nuestras posibilidades. Puede que sea ese optimismo desmesurado que he heredado de mi madre o la confianza ciega en el karma o la autoridad divina que esté de guardia -Dios, Mahoma, Budha, el Pequeño Nicolás, Yoda...-, pero lo cierto es que tengo la sensación de que un día lucirá de nuevo el sol para todos mientras nos tumbamos a sentir la deliciosa sensación que te queda cuando se te va dorando la piel y el cuerpo, como si fuera un aparato electrónico, va recargando su batería.

Te reconozco que se hace duro el día a día cuando la sensación que te invade es que todo, absolutamente todo, lo que deambula por el universo está en tu contra. Cuando naufragas una y otra vez en ese espiral de negativismo y malos rollos que te absorbe consumiéndote la ilusión, la energía y las ganas dejando un mero despojo que en poco o nada se parece a ti. Pero hasta el universo tiene sus puntos débiles, y confío en que mañana, o pasado mañana, tenga a bien ponerse de nuestro lado, porque creo que ya nos lo merecemos.

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Queda ridículo, lo sé, ampararse en lo divino o en lo científico, buscar compasión, cariño o una simple palmadita que reconforte cuando el obstáculo que se presenta en nuestro camino nos parece mucho más complicado de lo que en realidad es. Todos los problemas son relativos, parecen mucho más importantes de lo que en realidad son y tienen solución de uno u otro modo. Todos excepto ese que nos recuerda que, en el fondo, somos como un yogur, tenemos fecha de caducidad. Exacto, ese del que no nos gusta hablar aunque nos golpee constantemente a nuestro alrededor.

Pero saldremos de esta igual que salimos de otros marrones. Echándole narices mientras aguantamos el chaparrón pacientemente o nos rebelamos contra la realidad que nos rodea logrando una victoria o una suma de ellas que, por pequeñas que sean nos premiarán con un inconfundible sabor de boca, el del orgullo y la satisfacción personal.
Amigo, donde quiera que estés, que no te quepa duda. En algún momento este gris que todo lo tiñe se volverá blanco como antes. ¿Cómo antes? Con la pequeña diferencia que se supone que habremos aprendido y no nos tomarán por tontos ni por idiotas.

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