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La noche se adensaba de humedad y silencio, y ella regresaba a su casa desde el piso donde ejerce en Es Camí des Castell, y él la esperaba en la plaza des Bastió.

- ¿Cuánto?

- Treinta euros. Un solo cliente.

- Los isleños son unos rácanos y tú no sirves para nada. Dame el dinero.

Bajaron juntos la calle des Rector Mort hasta su casa. Una planta baja, más bien una cueva, de paredes blancas goteando, y en medio flamea una estufa de butano y hay tres niños sentados frente a un televisor, el mayor tendrá unos diez años. La madre les dice.

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- Nos vamos a comprar para la cena, no os mováis de aquí y cuidado con la estufa. Si sois buenos chicos, habrá chocolatada.

Fueron al Eroski sin parar de discutir y de insultarse. Entre otras cosas, compraron varias barras de chocolate, leche y media docena de cocas navideñas.

De regreso, ella preparó unas salchichas con patatas fritas sobre un infernillo de butano, y mientras cenaban la chocolatada se iba amasando.

- Eso va para rato. Si alguno quiere acostarse, que lo haga. Ya os avisaré cuando esté lista.

El padre cogió la botella de coñac recién comprada pero ya mediada y se fue a su cuarto arrastrando la estufa. Los niños se quedaron frente a la tele.

- A ver si te das un poco de prisa, joder, que luego quiero pegarte el polvo el siglo. ¡Que es Nochebuena, oé, oé!
Efectivamente, era Nochebuena.