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Jefe, ¿por qué es tan dura esta crisis?

-Porque no es una, sino tres, como la Santísima Trinidad.

-¡¿Tres?!

-Sí, Moi, tres crisis.

-¿Cuáles?

-La primera la generó el derrumbe de la construcción. Porque la edificación de una casa, no solo proporciona trabajo a técnicos y a albañiles, sino también a electricistas, fontaneros, cerrajeros, etc., y además llena las cajas registradoras de los comercios de muebles, cocinas, vajillas, cuadros, etc., y por ende a las de las industrias que fabrican los artículos y artilugios que la atiborran. En fin, toda la población saca tajada directa o indirectamente de esta industria...Aznar debió poner coto a la construcción, trepidante, vertiginosa, que arrasaba el país; no vislumbró el humo, advirtiendo una erupción sin precedentes. En unos pocos años se pasó, bien es cierto, a formar parte de los bienaventurados de este mundo,...pero al precio de hundirnos en un infierno de lava.

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No se detectó tampoco el tsunami comercial, procedente de Oriente, que inundaría prácticamente a todas las industrias del Mediterráneo y a una parte del interior. Veinticinco años atrás, Oriente -como si se tratara de los Reyes Magos- ofrecía un container de mercancía –a elegir- por un millón de pesetas, al que se le podía sacar un rendimiento de ¡veinte! Ahí, Moi, ni Aznar ni Zapatero detectaron la señal que devino en un maremoto. Debían haber tomado medidas, y buscar una salida para las empresas nacionales, en el exterior, sepultadas ahora por la lava china.

Y la tercera crisis, la macroeconómica... que ha venido a desintegrar aún más a la microeconomía. Los tahúres de Wall Street –el poder económico- marcan las cartas y cuando les conviene birlan la partida al poder político... Es el sistema... Zapatero no se enteró durante ocho años de lo que estaba sucediendo en la mesa de juego y lo dejaron sin blanca.

El problema nuestro, Moi, se centra en que no distinguimos el humo en una encrucijada, no obstante denunciar inequívocamente la correspondiente erupción.

No somos inteligentes, sino listos.

En el campo de fútbol tratamos de perder tiempo; aparentamos lesiones; caminamos vergonzosamente en los cambios; el portero busca la pelota en el córner cuando le están dando otra, etc.
En el Parlamento no se vislumbra rigor, sino compulsión. Unos tienen todas las verdades adjudicadas y los otros ninguna o viceversa. La subjetividad manda. No se detecta una crítica constructiva, sino destructiva. Sólo se escuchan antinomias.

Solo somos listos.

florenciohdez@hotmail.com