TW

En la película «El Retorno del Rey» dirigida por Peter Jackson, la reducida Comunidad del Anillo formada por los hobbits Frodo y Sam se enfrenta al final de su misión. Después de abandonar la torre de Cirith Ungol disfrazados de orcos, inician un penoso camino a través de la llanura volcánica para alcanzar el Monte del Destino. Han transcurrido muchos meses desde que abandonaron su hogar en la Comarca. Durante este período, han visto cómo la muerte y la destrucción avanzaban por la Tierra Media. La tristeza nubla su mente cuando piensan en el destino de sus amigos. ¿Habrán muerto Merry y Pippin? ¿Podrá ayudarles Aragorn, el nuevo rey de los hombres? ¿Qué habrá sido de Gandalf? Sin comida ni bebida, los hobbits creen inalcanzable su destino. Las fuerzas les flaquean. Los ánimos les abandonan. Después de dos días de marcha, consiguen alcanzar la base del Monte del Destino. Sam coge el cuerpo desfallecido de Frodo y comienza a trepar la montaña hacia los Recintos de Fuego. A medio camino, Gollum los ataca y consigue dividir a los hobbits. Cuando Sam llega a los Recintos de Fuego, observa cómo su amigo Frodo está poseído por la voluntad del Anillo. Se niega a arrojarlo a la lava. En ese momento, reaparece Gollum y comienza a luchar contra Frodo hasta que consigue arrancarle de un mordisco el dedo anular. La alegría del pobre desgraciado le lleva a perder el equilibrio y a caer por la grieta. El Anillo se ilumina por última vez antes de destruirse. Sauron ha sido derrotado. Sin embargo, ¿cómo van a escapar los hobbits? La montaña empieza a escupir fuego y la inseparable pareja se ve obligada a refugiarse en una pequeña roca. Todo parece perdido. La lava no tardará en empujarles hacia la muerte. En ese momento, aparecen las Águilas gigantes y les rescatan.

Noticias relacionadas

2 Después de observar este final, muchos de los aficionados a la trilogía de J.R.R. Tolkien se han hecho la misma pregunta: «¿Por qué las Águilas no llevaron directamente a Frodo y el Anillo directamente a Mordor?». Quizá hubiera sido una solución. Sin embargo, esta propuesta hubiera destruido uno de los valores fundamentales de la historia de los pequeños hobbits: la importancia del esfuerzo personal. En efecto, el valor del esfuerzo está ligado a la esperanza y la confianza. Quien vive esta experiencia de superación, está convencido de que logrará alcanzar su objetivo. Para lograr nuestras metas, debemos exigirnos una combinación de disciplina, perseverancia y ganas de aprender. No podemos decaer cuando las cosas no salgan como esperábamos. Nuestra capacidad de superar situaciones frustrantes está directamente relacionada con la ilusión y el trabajo que pongamos en alcanzar nuestros objetivos. Lógicamente, estas habilidades no son innatas, sino que hay que aprenderlas desde niños. Así lo acredita el estudio efectuado en los años sesenta del siglo pasado por el psicólogo austríaco Walter Mischel con niños estadounidenses de tres años. El psicólogo puso una caja de golosinas en el centro de una mesa y les dijo a los niños que podían coger solo una. Sin embargo, si realizaban el esfuerzo de aguantar durante veinte minutos sin coger la golosina, la recompensa sería doble. La investigación siguió el rastro de los alumnos hasta el período de la adolescencia. Finalmente, concluyó que los niños que demoraron la gratificación y realizaron un esfuerzo adicional eran socialmente más competentes, tenían mayor éxito académico y estaban mejor preparados para afrontar las dificultades de la vida.

Es cierto que la motivación de los niños (y no tan niños) para el esfuerzo personal tiene algunos obstáculos. El éxito fácil de sus ídolos, la precariedad del empleo o la incertidumbre sobre el futuro son obstáculos que pueden minar los esfuerzos de padres y profesores para inculcar el valor del esfuerzo como forma de superación personal. De igual manera, si a Frodo le hubieran explicado en el Concilio de Rivendel que iba a sufrir el ataque de un Nazgûl, que una araña gigante casi se lo come o que se iba a separar de sus amigos, probablemente tampoco hubiera emprendido el viaje al Monte del Destino. Es posible, incluso, que hubiera propuesto subirse en las Águilas y llegar directamente a su destino. Sin embargo, ¿habría aprendido algo? Quizá sea el momento de recordar las palabras de Mahatma Gandhi: «Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa».