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Un establecimiento situado en el centro urbano de Maó cierra sus puertas. No es un bar, tampoco un restaurante; no vende ropa ni comestibles. Se despide en silencio; con elegancia y tristeza. Ya no habrá transeúntes que se paren a curiosear ante su escaparate ni entrarán nuevos clientes.

Ha cerrado una tienda de libros, la Llibreria Fundació, que antes se denominaba Llibreria Catòlica. Como la mítica librería Catalònia de Barcelona, obligada durante el franquismo a cambiar su nombre por el de Casa del Libro, también sufrió un grave incendio, que la destruyó casi por completo. Pero logró resurgir.

Carme Lloret y Niní Serra, que gestionaron la librería mahonesa en su anterior etapa, cedieron el testigo a la Fundació Rubió i Tudurí. Fue Miquel Vanrell, patrono y mallorquín-menorquín siempre inquieto, quien convenció al doctor Fernando Rubió i Tudurí para evitar su desaparición. Entonces la Llibreria Catòlica pasó a depender de la entidad cultural con sede en Mongofra y pasó a llamarse Llibreria Fundació.

Pero hoy, en esta era digital tan agitada, con la irrupción de los todopoderosos IPhones y las tablets, ya no compramos ni leemos libros, reconvertidos o transformados en piezas de museo, de anticuario o de decoración doméstica; ya no sé que es peor.

La lectura de un ensayo, una novela histórica, un trabajo de investigación o una obra de divulgación se ha convertido en un actividad pesada, que no atrae. Es más fácil y divertido dedicarse a los 140 caracteres.

Emili de Balanzó, que forma parte del patronato de la Fundació Rubió, que sufrió al afrontar el concurso de acreedores de la Enciclopèdia de Menorca, lamenta el cierre de la librería, motivado por la caída de las ventas.

Cuando cierra una tienda de libros, la ciudad pierde un referente y todos padecemos la orfandad de los textos y los autores.