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¿Cómo van ustedes de paciencia? ¿Cuánta les queda? ¿La han agotado o aún tienen reservas para dar y tomar? Se lo pregunto, queridos lectores, porque ya estamos en primavera y ya conocen eso tan antiguo de que la sangre altera. Aunque a decir verdad la primavera se puede convertir más en una excusa que en una causa, porque muchísima gente ha pasado todo el invierno con la sangre muy alterada, y no les falta razón.

El otro día mi amiga Ana estaba un poco de bajón, en esos días tontos que no estás ni para adelante ni para atrás, ni enfadado ni satisfecho, esos días apagaditos y melancólicos. Le intenté animar diciéndole que ya estamos en primavera y que los días son más largos y que las flores se ponen bellas y más tópicos por el estilo. Me dijo que como siguiera con esa retahíla de gilipolleces le iba a subir el azúcar y sentenció: «A mí no me gusta la primavera. Yo soy una mujer de extremos. Y la primavera es muy de centro, muy políticamente correcta y algo desconcertante».

Ana me dijo que ella prefiere sentir que evitar, que prefiere dejar huella que pasar desapercibida, que prefiere que se acuerden de ella a que nadie la tenga en cuenta, que le gusta tener pocos amigos pero muy de dentro, a una larga lista de contactos en Facebook. Sostiene que la primavera es una estación que no se aclara, ahora calor ahora frío, ahora llueve ahora un sol radiante, ahora viento ahora calma chicha, con la primavera no sabes a qué atenerte.

Pero es que además de no aclararse la primavera se disfraza de una estación muy poética, con la floración, el renacer y todo ese fandango, que a Ana le suena a alergias y antiestamínicos para poder respirar y que tus ojos dejen de lagrimar. Y eso que ella no padece alergias conocidas, pero cada vez ve más gente por la calle tirando de inhalador y moqueando a un ritmo trepidante, ¡toma primavera en vena!

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En un desierto, por duro que sea, sabes a qué atenerte. En el Polo Norte, por durísimo que sea, sabes a qué atenerte. Pero la primavera, aunque se presente con su manto romántico, es variable como ella sola, es infiel, es inconstante e inconsistente, es como un político en campaña, educado, perfumado, locuaz, optimista, cercano, colorido, pero esconde el gusano dentro de la manzana más jugosa, sabes perfectamente que pasadas las urnas el decorado se cae y no queda nada, nada bueno al menos.

Ana es consciente de que está visión que ella tiene de la primavera está muy mal vista, porque se lleva lo políticamente correcto, la critica suave, el no mojarse demasiado para no crearse enemigos, el humor fofo de chichilimona, las posiciones ambiguas, las formas más apocadas, el querer salir indemne de todas las situaciones en base a no subir demasiado la voz.

¡Ojo! que Ana no es ninguna borde, que no va de lista, que no pretende dar clases de nada. Que nadie confunda intensidad con arrogancia, que nadie equivoque la pasión con la prepotencia, que nadie patine pensando que todas las personas con fuerza y vigor se quieren erigir en referentes de nadie, y el que interesadamente así lo haga allá él y su pobre conciencia.

Yo le comenté que en primavera pongo una llave antigua debajo de mi almohada y así duermo mejor y ronco menos, y eso es algo que mi familia agradece profundamente. Ana me miró con sorna y me dijo: «Mira, clonazepan que te ahorras con la chorrada esa». Directa y contundente como un día de canícula. Aún con todo, y con el permiso de Ana, feliz primavera.

conderechoareplicamenorca@gmail.com