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Coexistencia pacífica. ¿Se acuerdan de esta expresión, que tuvo su origen durante la Guerra Fría? Para evitar otro conflicto mundial, se renunciaba al uso de la fuerza nuclear potencialmente mortal y devastadora. El muro que separaba a los países comunistas de los capitalistas marcaba la división irreconciliable. Ahora los muros no son tan visibles, pero no crean que han desaparecido. La gente sigue jugándose el tipo para poder pasar al otro lado. El lado de la libertad siempre será la tierra prometida.

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A veces, la coexistencia pacífica parece un milagro. La inseguridad y el miedo producen reacciones viscerales de autodefensa y ataque. Incluso de legítima defensa. Pero vivir a la defensiva también es un engorro. Valoramos la tranquilidad y la calma, sobre todo cuando las perdemos. Mientras tanto, buscamos la excitación, la pasión, la batalla... pues peleando nos sentimos vivos.

Si uno no quiere sentir miedo, ni demasiada maldad a su alrededor, ni ignorancia, ni rencor... tendrá que salir del planeta. Avanza la exploración espacial en busca de algún lugar habitable en esta u otra galaxia, donde podamos empezar de nuevo. Como de momento es imposible, no nos queda otra opción que intentar una coexistencia pacífica con lo que somos. Buscar refugio en la filosofía y en las mejores armas que conocemos para controlar las reacciones agresivas. Para que todo aquello que no podemos evitar, por lo menos no nos destruya.