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El clus, decía Lina Morgan a Ana García Obregón en el «Hostal Royal Manzanares» hace unos años. Cuando se emitía esta serie-teatro en La 1. Ana interpretaba a una pilingui, una mujer de vida alegre. Esas mujeres que trabajan en burdeles, en los clus, como los tres que hay en el puerto de Mahón: el Padrino, Cóctel, Fellini. Que ya podrían salir del marco incomparable del puerto de esta ciudad hermosa y galante. Cómo puede ser el segundo puerto natural más grande del mundo -tras Pearl Harbour (Hawái)- con 5 km de longitud esté tan mal gestionado. Y tan poco querido por los menorquines. En otros lugares que he podido visitar se mima esta opción de la ciudad, porque el mar es un atractivo, un placer para la vista, lo que suma para que se potencie la restauración y el comercio.

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Disfrutamos del Paseo Marítimo por el que se puede andar, pasear, correr, patinar, salir con los bebés, con los perros. Hay otros lugares en que la gente se perfuma y se viste con elegancia para salir a dar una vuelta por el puerto y así coincidir con paisanos y conocidos, entablar conversaciones y ponerse al día. Un puerto de mucho atractivo mal aprovechado. Y para empezar, los clus de alterne. ¿Cómo puede ser que estén dando la bienvenida al turista, al que baja del crucero?. Y más cuando llega el buen tiempo y estas meretrices salen a tomar el fresco, apoyadas en el dintel de la puerta de entrada, o sentadas en el escalón fumando con mirada perdida. Hace 8 años, cuando pisé por primera vez la Isla me llamó mucho la atención cómo estaban distribuidos los espacios del puerto y los obstáculos para disfrutar de su enorme belleza. Otro hecho que también me llamó la atención es la zona del Bronx, como he oído llamar al espacio enfrente de la Estación Marítima, donde se pegan las pubs de forma desordenada y poco estilo. Lugares que dejan mucho que desear. Ya no para personas de mi edad en adelante sino para los más jóvenes, los teenagers. Procedo de una ciudad como Valencia, donde la Malvarrosa, la playa de la ciudad, ofrece un Paseo Marítimo que a me recuerda a la Gran Vía de Madrid. Gente disfrutando de la combinación de restauración y espacio natural. O como el Paseo Marítimo de nuestro vecina Palma de Mallorca. Allí tuve ocasión de vivir seis meses, lo suficiente para bajar a todas horas al puerto y hacer deporte. Salir a tomarse una copita o un café. Ahora que vienen las elecciones, que viene el buen tiempo, que se aproxima la temporada alta ¿no habría que poner a trabajar lo privado y lo público para potenciar la marca del «segundo puerto natural más grande del mundo»?