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Al ullastre de la carretera general lo van a rodear de piedra amiga, de una pared seca que amortigüe el ruido del tráfico a su alrededor y lo proteja. Al parecer no molesta para que nosotros transitemos en coche y tengamos los correspondientes servicios, lo dicen los informes, y cual árbol de Gernika, va a resistir, orgulloso, agarrado a la tierra.

El ullastre superviviente pasó ayer por el pleno del Consell como un tema menor, casi anecdótico, pero no lo fue. El árbol en cuestión ha sido el único que ha puesto de acuerdo en algo que atañe a la carretera a nuestros representantes; ha aportado algo de poesía a un debate político cargado de razones de unos y de otros, eso es la democracia, pero también, y casi siempre, de mucha mala baba por todos lados.

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El acebuche majestuoso -bonito calificativo que le regaló el conseller Joan Marqués-, reclama con sus brazos ya pelados el derecho a quedarse, por ser testigo mudo de la historia de varias generaciones, dijo el político, a cuya intervención le siguió el anuncio del conseller Luis Alejandre de que al ejemplar le van a construir una curva propia, envolvente, por recomendación de los biólogos.

No es un árbol singular ni está inscrito en ningún catálogo pero ha tenido suerte, ha ganado su guerra y seguro que verá muchas más batallas sobre el asfalto de la Me-1. Porque la serenidad y la unanimidad que ha despertado el retorcido olivo milenario es solo una tregua.

Sobre el proyecto que más polémica ha suscitado en estos años aún quedan dudas, la más importante, la que genera el horizonte electoral. Interrogantes sobre el coste final y sobre la propia continuidad del diseño actual según lo que deparen las urnas, cuyo veredicto tendrá que respetarse. Tanto como el viejo ullastre solitario.