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Ocurrió la semana pasada en Barcelona, en el Instituto Joan Fuster; un adolescente de segundo de ESO acudió a clase armado con un machete, una ballesta y un cóctel molotov y mató a un profesor. Dijo que oía voces que le impulsaban a matar, seguramente debidas a un brote psicótico. Dicen que es la primera vez que un suceso de estas características ocurre en España, que se trata de un hecho aislado, incontrolable, y que no tiene nada que ver con nuestro sistema educativo. También dicen que los profesores deberían estar más preparados para hacer frente a casos como estos, que por otra parte los psicólogos califican de impredecibles.

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Abel Martínez Oliva, el profesor que resultó muerto, era un hombre de 36 años que había estado antes en varios institutos. Era un profesor sin plaza fija, de los que se acogen a los restos que quedan sueltos cada año y tenía que prepararse las clases porque no podía ejercer su especialidad. Dicen que era un hombre responsable y lo demuestra el hecho de que acudiera a la clase contigua a auxiliar a la profesora agredida, donde le sorprendió la muerte. Resulta que un profesor de ESO todavía se ve obligado a dar clases de lo que haya, tiene que conocer la inseguridad de ejercer de modo itinerante por varios institutos y a menudo recorrer muchos quilómetros a diario, tiene que apechugar con clases numerosas donde una parte del alumnado tiene interés por aprender y otra parte no tiene otro interés que marcharse a su casa, tiene que tener conocimientos de pedagogía para poder dividirse en clase según los conocimientos y aptitudes de los diferentes alumnos a su cargo, tiene que vérselas con alumnos adolescentes en una sociedad que rinde culto al dinero y la violencia y además tiene que estar preparado para hacer frente a casos como este como si fuera un psicólogo. No creo que la nómina que cobran los profesores dé para tanto.

Es posible que este sea un caso aislado, sin precedentes en nuestro país, pero yo les aseguro que hace treinta años los alumnos del instituto donde yo trabajaba en Badalona llevaban un cuchillo en el bolsillo trasero del pantalón y lo sacaban en clase. Una vez uno me amenazó con el cuchillo porque le había suspendido, pero acabó guardándolo y no llegó la sangre al río. Los alumnos me contaron que el año anterior había muerto un alumno de otro instituto de la misma ciudad por defender a una profesora de la agresión de otro alumno. Y esos no eran brotes psicóticos, ni estaba aún vigente la ESO.