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Exponía la semana anterior la conveniencia de poseer por varios motivos el hábito de la lectura: una afición básica, a la altura de las campestres y de las marítimas.

Debo puntualizar de todos modos que hay dos clases de libros: los de evasión y los sustanciales. Los primeros no cultivan al lector como reza el aforismo, a no ser una leve rociada de agua, en cambio los segundos, además de abundante líquido proporcionan toda clase de abonos. Suele ser recomendable –de no ser académico el lector- iniciarse con la literatura de evasión para su total comprensión y esparcimiento. Leer historias de escritores como Vazquez Figueroa, Noah Gordon, Agatha Christie, Frederich Forsyte, John le Carré, Stephen King, etc, y arrimar a medida que se avanza a los que proponen la sustancia como Galdós, Sthendal, Dickens, Tolstoi, Flaubert, Melville, Alan Poe, etc., es lo conveniente.

La diferencia entre estos dos tipos de escritores se centra en que mientras unos se decantan por relatar sencillamente una historia, los otros tienen como prioritario analizar con profundidad las diferentes conductas humanas y sus reacciones, generadas dentro de ella, con el fin de que la ficción resulte real y podamos experimentarla en todas sus dimensiones. Y, claro está, mientras unos son horizontales los otros tienden a la verticalidad. Es por lo tanto lógico que el paso de una a otra lectura sea algo traumático, además de farragoso –por ser la horizontalidad más suave que la hondura-, pero no hay otra manera de encauzarlo si queremos además de entretenernos, crecer intelectualmente lo mismo que crece de manera exuberante una planta.

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Debe por otra parte el lector atravesar una ciénaga, pues hay infinidad de escritores que no son verticales ni horizontales, sino oblicuos –entre los cuales no me incluyo, a pesar de que mi último libro lo ha editado Ediciones Oblicuas... Se debe por lo tanto ser cuidadoso, elegir el libro adecuado, en connivencia con la librera o la bibliotecaria -la elección del libro debe ser personalizada, dependiendo de la edad y de sus circunstancias- para no ser pasto de las pirañas o hundirse en la ciénaga.

Para rematar el folio voy a recomendar algunos libros verticales:

«Pétalo carmesí, flor Blanca», de Michel Faber. «Canadá», de Richard Ford. «Los enamoramientos» y «Tu rostro mañana», ambos de Javier Marias. «La soledad era esto», de J.J.Millás. «El último encuentro», de Sandor Marai. «Tokyo Blues», de Haruki Murakami... Además de los consabidos libros del siglo XIX y de principios del XX, cuya calidad soberana ha refrendado el tiempo.

florenciohdez@hotmail.com