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La aquí firmante se libró por muy poco la semana pasada de la huelga de controladores aéreos franceses -que cuando se lo proponen bloquean su espacio y también el de sus vecinos-, pero ayer se dio de bruces con otro conflicto, el de Correos. Un cartel informaba del cierre de la oficina debido al paro legal que seguían sus trabajadores y que dejó sin atención al pueblo. Y es que en estos tiempos de mails y chats, un sello y una carta pueden parecer poca cosa pero no lo son, como tampoco otros muchos servicios y trámites que a menudo tenemos que realizar con ese operador, que se supone debe prestar un servicio postal público, y que poco a poco se ha ido desligando del concepto y ha primado otros criterios.

Me choca entonces que desde una oficina en la central del grupo se refieran al seguimiento del paro en Menorca como incidencias puntuales y hablen de normalidad. Es lo que somos, meras incidencias en un tiempo en el que la atención personal se va perdiendo poco a poco y en el que muchas veces, a la hora de formular una pregunta o una queja, no sabes a quién acudir, o te rindes ante la voz robótica que te enumera un sinfín de opciones en el teclado del teléfono, o ante el ya clásico 'rebote' de tu llamada entre departamentos.

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La empresa postal tiene desde hace tiempo un problema laboral, larvado a ratos, a otros, como ahora, en efervescencia, como consecuencia de los recortes, que la empresa justifica por la dura competencia en un mercado liberalizado.

Lo malo es que ante una huelga que se produce con unas elecciones en breve y que coincide con el inicio del plazo para votar por correo, con nuevos paros convocados para los días 15 y 22, ni siquiera se establecieron servicios mínimos. Poca importancia se da entonces al servicio y a la correspondencia, tanto a la normal como a la electoral.