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En todas las elecciones de este año electoral confluirá un hecho común: las otrora fuerzas políticas, reiteradamente aglutinadoras de la confianza del votante, se han disgregado atacadas por el virus letal en democracia de la desconfianza en el político. Algo que los políticos se han trabajado a fondo. Un virus que se ha forjado en el caldo de cultivo de la corrupción, la capacidad de mentir de algunos políticos en beneficio partidista o lo que es peor, el beneficio propio, y la escasa capacidad correctora de esos fenómenos. La poca capacidad administrativa para adecuar con mesura y equidad los recursos de un país que, como el nuestro, no anda sobrado de los mismos. Fuere así o de otra naturaleza, lo cierto es que la degradación de la homogeneidad partidista es más que notable. Ahora nos espera ver si donde eran uno o dos los que mandaban y no se aclaraban, si siendo cuatro o cinco los que tendrán algo que decir para el mismo caso y en el mismo sitio, cómo van a cuadrar las cuentas. Me viene a mí a la memoria que en el paraíso eran dos: Adán y Eva, y la cosa no salió bien porque hay que ver la que liaron por una manzana. No te digo pues nada siendo lo mejor de cada casa agavillados en torno a millones de euros tentadores. Si Adán se dejó comer el coco él solito por una manzana, cómo no van a pecar los demás.

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Algo en verdad extraordinariamente llamativo es la capacidad de persuasión de algunos políticos después de haber hecho con sus promesas electorales mangas y capirotes por decirlo en román paladino, todo lo contrario de lo que aseguraban que no iban a hacer, y ahora, como si tal cosa, están ofertando «el oro y el moro» y la gente se lo cree. Es, salvadas sean todas las distancias como esos programas televisivos infumables donde cada tarde es fácil o muy difícil comprender cómo la vulgaridad más extrema, la más chabacana, repetitiva y barriobajera es tan rentable. Gentes, a veces, hablando pestes de quienes tiene al lado, y sin pudor lo hacen con la boca llena, a veces demostrando esa «educada cultura» de comer y hablar en público con la boca llena. ¡Pues nada! Una masa muy grande de personal está incomprensiblemente adosada a la caja tonta para ver y escuchar semejante programa.

No sé yo si en la política no pasa ya algo parecido (Dios no lo quiera). La adicción partidista, a pesar de todos los pesares, no sé si ya tenemos más cultura política o es que vamos olvidando la poca que hayamos podido aprender. El caso es que no soy capaz de reunir el discernimiento necesario para sacar una conclusión nítida en función de qué intereses utilizamos esa prerrogativa del voto. En resumidas cuentas, ¿qué es lo que nos induce a dar nuestro voto?, ¿sopesamos el alcance del poder que otorgamos en las urnas?