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Falta una semana para votar y faltará un mes para celebrar Sant Joan. Una semana parece poco, pero se nos puede hacer muy larga si queremos salir de dudas electorales y el que espera, desespera. También el que vota, se alborota. Por eso hay jornada de reflexión, una especie de examen de conciencia de 24 horas, para que los ciudadanos, ya sin la propaganda activa de campaña, ejerzan su derecho a opinar sobre quién nos debe gobernar. Que sea lo que el pueblo quiera. El ejercicio del poder siempre andará teñido de dramatismo. Por muy civilizados que seamos, sentimos pasiones que necesitamos encauzar de forma controlada. Las primeras votaciones democráticas sí que fueron emocionantes, porque las ansias de libertad flotaban en el ambiente y solamente olía a podrido en Dinamarca. ¡Cómo ha cambiado el paisaje desde entonces! Las calles se llenarán de flores, en mayo, procurando animar la monotonía fría del asfalto con su explosión alegre de colores vivos y fragancias arrebatadoras.

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Y después, el solsticio de verano. Volverán los oscuros caballos con sus hermosas crines a saltar... pero aquellos que galoparon hace años, esos no volverán. El día se hará largo, la noche corta, las bebidas frías y el chocolate espeso. Terrazas llenas y música para amenizar las largas conversaciones que tenemos pendientes. El placer y el arte de escuchar al otro y de conocerlo mejor. No hay que dejar que se escapen los momentos perfectos.