Cuando se acercaba el buen tiempo todos éramos felices. El día amanecía más temprano y era más cálido. El aire parecía más transparente, como si hubieran limpiado el mundo en un espejo, y el cielo más claro. Nunca supe qué clase de pájaros se levantaban más pronto para deleitarnos con gorjeos alegres, complejos, como las notas arpegiadas de un virtuoso del piano. Se posaban sobre los árboles de los huertos, sobre los postes del teléfono y los cables de la electricidad, y revoloteaban contentos yo creo que porque se acercaba San Juan. Todos sabíamos que se acercaba San Juan porque los caminos de Ciutadella, aún sin asfaltar, se llenaban de caballos negros, relucientes, gallardos, con jinetes satisfechos de montarlos, ufanos por estar tan alto que casi podían tocar el cielo. Parecía que iban a romper el aire con la silueta imponente de sus monturas, con el saludo de sus sombreros de paja, como si el aire fuera un cristal muy limpio que incluso pudieran quebrar con sus sonrisas jactanciosas. Entonces todos adivinábamos que San Juan en Ciutadella era la fiesta de los caballos, que lo atestiguaban con sus relinchos en medio del gran silencio de la mañana, y de los payeses que los montaban casi por el puro placer de llamarse caballeros.
Les coses senzilles
Caballos de San Juan
22/06/15 0:00
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