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En el jardín de Quatre Vents, aquella finca que perteneció al futbolista Estanislao Basora, a caballo entre Alcaufar y S'Algar, imaginaron, idearon y compartieron ambos, Eduardo Chillida y Pilar Belzunze, dos proyectos que les entusiasmaban: un taller y una torre-escultura.

Menorca atrajo al gran escultor vasco, pero sedujo más a Pili, su esposa; la guardiana implacable, sombra, tutora y promotora de la carrera artística. Pilar Belzunce ha fallecido a los 89 años en San Sebastián tras haberlo compartido todo con Eduardo. Fueron padres de ocho hijos; durante veinte años acondicionaron el caserío Zabalaga, en Hernani, que transformaron en la casa museo Chillida Leku, abierta en septiembre de 2000. «Entonces, Belzunce era la voz de un Chillida ya enfermo, aquejado de Alzheimer», escribe con afecto Inés P. Chávarri.

Tuve la oportunidad, gracias a los buenos oficios de Emili de Balanzó y a la «autorización expresa» que concedió Pilar Belzunce, de entrevistar a Chillida en aquella casa, rodeada de altos muros blancos, en Alcaufar.

El artista construía las esculturas móviles inspiradas en la espiritualidad y el misticismo de San Juan de la Cruz mientras dibujaba aquella torre-escultura en la costa de Menorca, inspirada en las taules y los talaiots, para rendir homenaje a la luna, cuyos rayos nocturnos atravesarían los espacios abiertos.

Todos aquellos proyectos menorquines se frustraron porque las restricciones urbanísticas los impidieron. Los Chillida Belzunce se sentían incomprendidos en esta isla que no les entendía ni valoraba la gigantesca capacidad creadora del autor de «El peine del viento». Marcharon disgustados y dolidos. Menorca, al igual que el proyecto de la montaña de Tindaya (Fuerteventura), se convirtió en una asignatura pendiente. Pili Belzunce decidió que ya no regresarían jamás.