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Veinticuatro años atrás se jugaba uno de los primeros partidos de baloncesto entre un equipo europeo y otro de la NBA. Se enfrentaban el Joventut de Badalona y los Angeles Lakers en el open McDonald de París. A la media parte el equipo catalán vencía por un punto. Fue entonces cuando el comentarista Ramón Trecet farfulló en un alarde nacionalista que la diferencia entre el baloncesto americano y el español ya no era abismal,...cuando prácticamente la totalidad de los puntos del Joventut los habían anotado tres señores de raza negra de 2,10 de los Estados Unidos de América, y por naciones el resultado no era otro que: España 18-82 Estados Unidos...

En la actualidad la diferencia sigue siendo abismal y lo será mientras no consigamos engendrar una raza como la afroamericana. Objetivo, claro está, quimérico. Europa podrá clonar a Larry Bird o a Jerry West –los dos únicos jugadores de raza blanca entre los 25 mejores de todos los tiempos-, pero no a Michael Jordan o a Lebron James. La raza negra devorará siempre a la blanca, es la ley de la selva del baloncesto.

Quiero homenajear hoy al deportista más ilustre que ha dado Menorca: Sergi Llull. Seguramente pasarán muchos, muchísimos, años para que un menorquín descuelle como él, no sólo en el baloncesto, sino en cualquier otro deporte. El es ahora mismo con el permiso de los hermanos Gasol el máximo exponente del baloncesto español. Un competidor estratosférico, digno de enmarcar en la NBA.

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Daba por hecho que, antes o después, Sergi Llull iba a saltar el océano Atlántico. Pero se ha decantado por el sentido común, en vez de dar pábulo al sueño americano. Su edad -28 años en noviembre- era quizá la adecuada para soñar, para demostrar que inequívocamente puede incluso destacar entre la inmensidad de aquellos rascacielos oscuros de carne y hueso. Sin embargo, de seguro, hubiera necesitado dos temporadas para asentarse en la onírica soledad de aquel otro mundo. Y si bien 30 años no es una edad excesiva, a la experiencia acumulada se le debe restar la frescura que supone la pérdida de la primera juventud. Una merma quizá determinante a la hora de escalar hasta la cima de tan colosal reto.

Me hubiera complacido ver en la NBA su desparpajo, yéndose endiabladamente hasta dentro, omitiendo los rascacielos, para encestar, que detecten personal o asistir a un compañero. O esta desenvoltura para anotar de tres,...además de ser defensivo, competitivo, solidario, anotador, regular, fiable, determinante en los momentos trascendentales, además de rezumar en la cancha una personalidad benigna, un ejemplo de deportividad... Un hijo ilustrísimo de Menorca.

florenciohdez@hotmail.com