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Asonada. Sublevación. Tumulto. Alboroto. Motín. Revuelta. Golpe de mano o golpe de estado. De este último término de la asonada, se dice que es medida extraordinaria y violenta que toma uno de los poderes del estado usurpando las atribuciones de otro. Nada de eufemismos camufladores para una historia mal contada e interesadamente tergiversando los hechos y sus largas y penosas consecuencias. Aquí hubo una guerra civil, la peor de las guerras, fruto, en principio, de una sublevación militar contra un gobierno legalmente constituido. Y no acabó la guerra cuando acabó la guerra, porque durante muchos años las cárceles estuvieron atestadas con los perdedores de aquella guerra y las cunetas avergonzadas llenas de víctimas y verdugos.

Parece realmente asombroso que cuarenta años después de haber fallecido el dictador, que para no pocos españoles fue cuando acabó la Guerra Civil, en Madrid siga habiendo 170 nombres franquistas en calles y plazas. Alguien decía el otro día en la Cadena Ser, refiriéndose a estos 170 nombres franquistas, que se notaba el mucho tiempo que el PP ha mandado en Madrid. En mi opinión, esa aseveración es injusta porque también gobernó antes, durante bastantes años el PSOE y tiempo tuvo de sobra para haber sustituido por otros nombres esos nombres franquistas y no lo hizo, de manera que seamos con la historia de los hechos consumados más veraces, más justos, bastaría con ser más honrados.

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Las mentiras, los eufemismos, solo son excusas de mal pagador. A la par que lamentablemente sirven para endiñar a quien nos lee o escucha un potaje aliñado al gusto de cada cual.

No somos capaces de salir de esa miseria de que los míos son los buenos y los otros son los malos. Con lo de la Guerra Civil pasa otro tanto. El glorioso alzamiento nacional, la cruzada, cuando en puridad su verdadero nombre es el de golpe de estado, asonada o sublevación militar, que condujo a una espantosa guerra civil y luego a una larguísima represión de los vencedores sobre los vencidos, hacinándolos con dureza, como mal menor, en las cárceles franquistas cuando no fusilándolos en cualquier sitio para ser indignamente enterrados en una cuneta anónima para más tarde poner en democracia todas las trabas y pegas posibles a los familiares de aquellos desventurados para recuperar sus huesos y enterrarlos donde se entierran las personas y no donde se entierra a un perro cuando se muere en el campo. Si las cosas hubieran terminado de otra manera, juro por Dios que me parecerían igual de injustas si los que estuvieran en las fosas olvidadas de las cunetas fueran los otros.

Demasiado duró la locura de la guerra para olvidar que existió ocultando los crímenes y las torturas y los fusilamientos al amanecer de la posguerra en las cunetas y encima teniendo que soportar después el honoroso culto y ensalzamiento de los vencedores con sus nombres en plazas y calles, como si se tratase de honorables benefactores de la humanidad a los que los demás le deben la gracia de dejarnos respirar. Verdad.