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Estoy frente al mar dispuesto a hincarle el ojo entre baño y baño a «Bloody Miami» de Tom Wolf, para desternillarme con su admirable facundia satírica, lúcida y humanística. Suena el teléfono móvil. Es mi hermano Andreu... ¿Pasa algo? Pere Ripoll ha muerto... un infarto. ¡Puaffff! Me quedo absorto, lejos de las tribulaciones cubanas de Miami. Después de permanecer en babia unos minutos trato de todos modos de proseguir la jornada como si nada hubiera sucedido. Inútil, cierro el libro. Permanezco ensimismado, la vista perdida en la pantalla del horizonte. Sobre las aguas da inicio un film, con Pere Ripoll como protagonista.

Poseía una de estas personalidades que yo denomino como  terapéuticas. No por su profesión de médico, sino por equilibrar o serenar a la persona con la cual departía. Su carácter, su mirada y sus palabras resultaba un bálsamo. Habría sido, sin duda, además de un excelente cirujano, un buen psiquiatra. No era, por otra parte, su naturaleza inocua, no, sino repleta de bondad y solidaridad. Ayudaba, generoso,  a los amigos, a los conocidos e incluso si los tuviere a los enemigos, un vocablo que él no contemplaba en su vocabulario.  

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Pere era además de culto, un intelectual. Profundizaba más allá de la substancia libresca. Analizaba el entorno, sacaba sus propias conclusiones. Tenía esta vertiente cósmica de interesarse no solo por los arcanos que circundan el cuerpo, sino también el espíritu. Sus ideas llevaban un sello único. Me dijo en cierta ocasión que en caso de escribir él una novela versaría sobre un feto que, durante el período de gestación, se le hacen audibles las conversaciones del exterior. A base de imaginación va sacando conclusiones sobre el sistema que impera en el mundo, sobre lo que le espera cuando nazca... Lástima que no se decidiera a escribirlo, porque bajo esta capa de humanidad y sencillez había un personaje con una mente notable, especial, rica en pareceres e inquietudes.

Naturalmente la película comenzó con el fútbol, en el Patio Salesiano; le siguieron las discotecas; su piso en Barcelona donde yo solía recalar, unos días, de paso para la Isla; conversaciones telefónicas; etc...

Cuando concluyó el film percibí no haber perdido solo a  un amigo, sino también una parte de mí...   
Cojo el teléfono móvil y llamo a una de sus hermanas.
-Estamos consternados...- dice.
Le respondí con un sollozo.
No pude evitarlo, me dolía la amputación.
Gracias por todo Pere,... de parte –si me permiten- de todos los que tuvimos la dicha de conocerte.