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Suelo ir con mi hija a un parque de Maó que tiene un tren. Y siempre que vamos, ella se relaciona con todos. Y resulta que todos no hablan como ella. Hay musulmanes, ingleses, hindús,... Son la pura inocencia, que no se preocupa por saber de dónde vienes ni qué cultura has aprendido, ni qué religión profesas. Y aun sin hablar la misma lengua se entienden. Sencillamente se acercan por la curiosidad, de que ese nene de allí anda, el otro corre, la otra se sube al tobogán, y yo aprendo de ellos. Todos suben y bajan por los columpios según su ritmo de aprendizaje. Ese tren es el pequeño interrail, o el tren de la ONU, por no hacerlo tan europeo. Lo curioso que esos niños cuando crecen dejan en ese tren la inocencia de relacionarse sin más. La dejan condensada en ese peluche que ahora al ser mayores les aburre. Y se arropan de abrigos de mayores que les pesan y dejan así de relacionarse porque ese abrigo está cosido de prejuicios, de culturas que separan, de religiones que enfrentan.

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Mientras son niñosS viene bien que se relacionen, que se desfoguen pero ya a una edad considerable antes de que lleguen a la adolescencia nuestros hijos ya saben quién es quién. Ese que subía al tobogán y le daba la mano ya no se la dará porque su religión o cultura o vete tú a saber se lo impide. Nuestros hijos se harán mayores y vivirán sus vidas junto con la actualidad y un día verán por las noticias a un niño de apenas tres años inerte en la orilla de la playa y les recordará ese tren de madera donde subían y bajaban sin importarles de dónde vienen, solo querían relacionarse, jugar, aprender. Solo los mayores, los adultos contaminamos o moldeamos sus almas a nuestra imagen y semejanza. Nuestra mochila ancestral está por encima de darle al reset y comenzar de nuevo. Solo imágenes así como las de Aylan nos hacen pararnos y reflexionar. Qué estamos haciendo. Qué narices de mundo estamos dejando a nuestros hijos. Con esas vas a su primer concierto de Pinyeta-Pinyol, la acompañas y dando palmas observas que la mayoría de niños son los de su municipio y escasos de otros lugares, solo había un japonés de meses con su hermana de cuatros años, y es cuando notas como ese tren se va desdibujando. Si desde niños les enseñáramos a respetar, a convivir con otras culturas, a compartir la tierra en la que has tenido la suerte de nacer por las condiciones que reúne haríamos un mundo mucho mejor, más entendible, más dialogante, más humano. Dicen que «la mejor escuela es la calle», pues a ver si es verdad. Que en este inicio de curso lo hagamos todos posible.

@sernariadna