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Acérquense queridos lectores porque voy a escribir bajito, como en un susurro, con todo el mimo del mundo. Voy a poner las yemas de mis dedos sobre las teclas del ordenador con mucha delicadeza, con increíble tacto. Quiero la mente fría y tranquila, y la puedo tener porque escribo desde la seguridad de nuestra Menorca. Alucino de verdad con algunos opinantes públicos y conocidos, y otros miserablemente escondidos tras seudónimos, que se lanzan con el pulso acelerado a opinar barbaridades cuando hay personas muertas por medio. Sus palabras son gasolina al fuego y manifiestan una falta de empatía que raya la psicopatía, cuando no caen en ella de forma directa y deliberada.

Muchas personas inocentes murieron en París el viernes pasado. Fue una auténtica locura, una masacre con decenas de muertos y cientos de heridos. Podríamos haber sido usted y yo haciendo turismo por la capital gala, algún hijo de Erasmus, un amigo que fue a aprender francés, o un hermano que emigró en busca de un futuro. Podía haber sido cualquiera que estuviera en un concierto, o tomando un café en una terraza, cenando con los amigos o dando un paseo. Creo que en el principio: la condena de tan salvaje hecho, y las muestras de solidaridad con las familias de las víctimas inocentes, estamos todos de acuerdo, pero a partir de ese básico entendimiento empiezan las discrepancias.

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Los hay que brotan con odio disparando a todo lo que se mueva, empezando por los árabes, musulmanes o no, piden a gritos levantar muros para que no vengan mas moros, azuzan los instintos más primarios para fomentan el miedo y la xenofobia. Llegan incluso a culpabilizar a los refugiados que huyen de la guerra, que huyen precisamente de situaciones como la que se vivió el viernes 13 en Francia y que en países como Siria viven casi a diario. Ya no se acuerdan de la foto del niño Alian Kurdi, que con apenas tres años apareció muerto en las costas turcas en un intento por huir del terror de la guerra, ¿ no podría haber sido Alian el hijo de cualquiera de nosotros? Una guerra que por cierto ha sido alimentada por los gobiernos occidentales. Ya está toda la ultraderecha europea con Jean-Marie Le Pen a la cabeza pidiendo venganza, ojo por ojo y diente por diente, y de paso un nuevo recorte de libertades que les daremos con gusto a cambio de que ellos nos protejan. Así de rápido ¡pum! adiós Libertad, ¡pum! adiós Igualdad, ¡pum! adiós Fraternidad.

Por otro lado están los que pecan de excesivo e inocente buenrollismo. Los que con la sangre aún caliente de las víctimas justifican, aunque sea de forma tibia, el salvaje hecho. No deberían olvidar que los que mandan suicidas con cinturones bombas nunca se inmolan, y que el problema es tan complejo que el reduccionismo a explicaciones nivel Barrio Sésamo no sirven. No se trata de poner víctimas de primera y víctimas de segunda, los inocentes mueren en Siria, en el Chad, en Líbano, en Beirut hubo un atentado con 40 muertos sin apenas repercusión mediática, en Irak, y ahora también en París.

Al final matanza entre civiles, matanza entre inocentes. La historia cíclica y cabezona se repite, reyezuelos que mandan morir, o matar, en nombre de sus dioses. La sangre derramada siempre es de los que no tienen culpa, los que mueven los hilos siguen con la camisa impoluta. Hace muchos años el dibujante El Perich escribió en una viñeta: «¡No maten más, por dios! Y especialmente, ¡no maten más por dios!». Nada más que añadir.