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En la segunda entrega de la fantástica trilogía de «Star Wars», «El Imperio contraataca», el joven Luke Skywalker, aconsejado por Obi Wan, decide emprender el camino hacia un extraño planeta situado en los confines de la galaxia donde, al parecer, vive un maestro de Jedis. Debido a una intensa niebla, Luke pierde el control de su nave y termina aterrizando en un pestilente pantano. Desesperado por la situación, decide explorar la ciénaga en busca del mentor que le introducirá en el camino de la fuerza. Sin embargo, tras montar un improvisado campamento, conoce a una pequeña criatura verde de apenas cuarenta centímetros, con grandes orejas y ojos saltones. Ataviado con una manta roída y un bastoncito de madera, el joven Luke piensa que ha encontrado un extraño habitante del pantano. Sin embargo, pocos minutos después, descubre que, en realidad, aquel pequeño ser es Yoda, el maestro de los Jedis. A partir de entonces, el joven padawan inicia su entrenamiento Jedi. Aprende la historia de los caballeros que defendieron la República. Fortalece su cuerpo mediante un duro ejercicio físico. Entrena el dominio mental para contener su ira.

Aprende a levantar piedras a través del poder de su mente. En uno de los días de entrenamiento, Luke y Yoda llegan a la entrada de una especie de cueva. Alterado por malas sensaciones, el maestro le dice: «Ese lugar… es fuerte con el lado oscuro de la Fuerza. Un dominio del mal es. Dentro tú debes ir». Luke le pregunta asustado qué se va encontrar allí. «Solo lo que llevas contigo», le responde Yoda. Finalmente, el joven padawan se introduce en la misteriosa cueva hasta que, de repente, se ve sorprendido por la terrorífica figura de Darth Vader armado con un sable láser. Luke intenta hacerle frente hasta que termina cortándole el casco oscuro. A modo de ilusión, la máscara desaparece y surge de entre la niebla, la cara del joven Luke lo que hace prever que, en realidad, Darth Vader es su padre.

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La historia de Luke en la cueva de Dagobah pretende demostrar la importancia que tiene el miedo en nuestra vida. En efecto, el miedo constituye una perturbación angustiosa de nuestro ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Se trata de un sentimiento innato que nos ha ayudado a sobrevivir durante miles de años. Cuando constatamos un peligro exterior (fuego en tu casa, un tiburón al lado de un barco, un coche a gran velocidad), se activa el sistema límbico del cerebro encargado de regular las emociones de lucha, huida y evitación del dolor. A continuación, se desencadena una reacción fisiológica (aumento de la presión arterial y de la adrenalina, detención de funciones no esenciales, etc.) cuya única finalidad es conservar vivo al individuo. Es cierto que el miedo nos ha permitido superar todas las amenazas que hemos tenido desde aquellos tiempos prehistóricos en los que un animal enrabietado podía acabar con toda una familia. Sin embargo, a medida que las sociedades han ido evolucionado, el miedo se ha convertido también en un referente cultural que se ha utilizado en muchas ocasiones para subyugar a los seres humanos. Baste recordar los regímenes totalitarios de los años 30 y 40 del siglo XX que utilizaban la estrategia del miedo para conseguir una adhesión sin fisuras a sus fanáticos postulados. De igual manera, a partir de los años setenta del siglo pasado, el miedo al delito ha crecido de manera espectacular a pesar de la constante reducción de los índices de criminalidad. No es infrecuente que personas que nunca han sido víctimas de un delito, tengan una sensación constante de inseguridad en su vida cotidiana. Por otro lado, los medios de comunicación han contribuido a difundir una especie de «cultura del miedo» a través de mensajes catastrofistas sobre cualquier cuestión, ya sea crisis económica, gripe A, ruina de Grecia o el funcionamiento de la Justicia.

El miedo es una poderosa herramienta que puede utilizarse para acobardarnos frente a acontecimientos que, en realidad, son poco probables. Nuestra capacidad de juzgar el riesgo real de las cosas se ha visto seriamente comprometida por la creciente complejidad de nuestra sociedad. En este escenario, podemos tener la tentación de superar la angustiosa incertidumbre cediendo nuestra libertad a terceros, ya sea el Estado, ya sean los mercados. Se trata de un peligroso camino pues –como dijo el maestro Yoda- «el miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento».