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Un niño de once años se acaba de suicidar porque estaba convencido de que era la mejor solución para solucionar los problemas de acoso que sufría en el colegio. Me tendría que callar y no escribir nada más, dejar el resto de la columna en blanco como señal de duelo, de respeto, así como de repulsa hacia el comportamiento de aquellos miserables y miserablas que han propiciado que se llegue a este extremo. El acoso escolar es una de esas lacras que consumen poco a poco la sociedad y para la que parece que no existe cura. No me extraña aunque me encabrona lo suyo.

Cualquier tipo de acoso es repugnante. Desde el personal hasta el laboral pasando por sus diferentes escenarios. Igual de asquerosa me parece la impunidad con la que parece que se da por parte de los distintos protagonistas implicados. Es imposible que en este caso en particular ni los padres ni el personal docente fuese consciente de lo que estaba ocurriendo. Y si así era, no me quiero ni imaginar la amarga existencia de un niño que se encuentra solo ante una vida como esa ni la desesperación que le llevó a cortar de un plumazo su efímero paso por este mundo pensando que era lo mejor. La soledad, de nuevo, ese silencioso y efectivo enemigo.

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Yo he sido víctima de acoso escolar por parte de energúmenos que se creían por encima del bien y del mal. A mí me han pegado, me han insultado, me han escupido y me han atemorizado y ninguno de esos macarras ha venido a pedirme disculpas. En su momento conté con el apoyo de mis padres, un auténtico alivio para un renacuajo de 12 años que no sabe una mierda de la vida, a pesar de que las tensiones siempre se mantuvieron. Sé lo que es no querer ir al colegio por miedo, como también lo supieron otros compañeros míos, aunque sin llegar a pensar en cortar por lo sano. Y no, no era cosa de críos. El terror y la desesperación no entienden de edades.

Pero este caso, que es el que nos zozobra la existencia esta semana y que acabará muriendo de finor en el olvido, es un reflejo fiel más del fracaso en el sistema educativo que navega a la deriva en este país. Resulta bochornoso que a estas alturas de la película los actores y actrices principales hayan sido incapaces de sentarse a negociar un pacto que blinde la educación ante memeces, sandeces y delirios políticos que permita unas bases desde las que trabajar para erradicar lacras como este tipo de acoso. Y lo mismo pasa con otros temas que no son más que víctimas de la inoperancia política.

Cierto que no lo ha hecho el equipo de gobierno en funciones, pero tampoco lo hicieron los anteriores, ni los anteriores de los mismos, ni la versión pretérita correspondiente. Y me temo que no lo hará el que desembarque.