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Resulta fácil -e injusto- juzgar con los ojos del presente los hechos del pasado.

- ¿Lo recuerdas?

Tenías dieciocho años. Iniciabas tus estudios universitarios en Palma. Sobre tus espaldas una mochila repleta de sentimientos contrapuestos, positivos y negativos y, por tanto, agridulces. Habitaban  en ella, alocados, el peso de la responsabilidad que conllevaba saberte causa de los sacrificios económicos que tu vida en Mallorca representaba para tus padres y el gozo del futuro; la añoranza y la independencia; la lejanía y el sentirse autónomo. Pero también el miedo habitaba en un rincón oscuro de esa misma mochila. Franco agonizaba mientras una Marcha Verde –de la que nadie parece acordarse- amenazaba tu presente. No en vano disfrutabas de una prórroga militar que –te lo advirtieron- podía ser revocada en cualquier momento. Tu movilización no era una posibilidad remota, sino cercana. Y todo bajo las incógnitas que se os presentaban sobre qué ocurriría en vuestro país una vez muerto el dictador. Nadie hubiera apostado –entonces- por una transición pacífica y, mucho menos, ejemplar. Esa que hoy, tras la comodidad de lo ya vivido, algunos juzgan –sin haber estado ahí- de nefasta, de engañosa…

En ese tiempo, pero, tuvisteis algunos hombres de altura moral, estadistas, que no políticos, que, aun oyendo el permanente y nada sutil ruido de sables, supieron ponerse de acuerdo para, jugándosela, parir un estado democrático y un texto constitucional de consenso. No les fue fácil –de seguro-. Sin embargo, probablemente, pensaron más –como los estadistas en famosa frase atribuida a Churchill- en el porvenir de sus nietos que en ser cabezas de cartel electoral. Y se supo – ¡chapeau!- hasta perdonar. Hubo quien, incluso, llegó a sentarse junto a su opresor a la hora de redactar vuestra Carta Magna…

¿Dónde estarán hoy esos hombres? Esos que soterraron un pasado en pos de un futuro y que se empecinaron en cerrar heridas para que quienes les sucedieran no los vieran de esa guisa. ¿Dónde estarán hoy esos centristas, socialistas, comunistas que obraron el milagro? ¿Ese Adolfo que supo dimitir? ¿Ese Felipe que, cierto día, bramó que la Guerra Civil había definitivamente acabado? ¿Ese Adolfo –repites su nombre, por admirado- de pie, ajeno al fuego de la metralla que jugueteaba por un Congreso asaltado? ¿Ese Santiago inmune a la que se le avecinaba un 23-F? ¿Dónde los que vivieron no una, sino cuatro tentativas de golpe de estado, ahora obviadas de la memoria siempre injusta, siempre triste y que, a pesar de ellas, supieron seguir en su camino en pos de la quimera?

Y, a pesar de las apariencias, ahora las cosas serían más fáciles… Siempre y cuando tuviéramos quijotes como esos, gigantes como esos, espléndidos…

¿Quién dará hoy, en la derecha española, un golpe sobre la mesa para decir que los chanchullos se han acabado y que hay que reparar el daño hecho? ¿Quién, en la derecha, echará del templo a los mercaderes? ¿Quién convocará un urgente y urgido congreso extraordinario regenerador y hasta refundacional, tras pedir perdón por no haber sabido acertar con la mano en la herida? ¿Quién será capaz de hacer mutis por el foro?

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