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Siguen los rostros de la desesperación haciendo preguntas a la nada y siguen los gobernantes de esta Europa sin amor (seguimos todos) mirando para otro lado o dando tumbos: como si no fuera este mar el mismo mar o no fueran esos interminables campos de refugiados cercos a personas. La filósofa alemana Hanna Arendt lo advirtió: «La historia contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en campos de internamiento por sus amigos». Como si no fuéramos nosotros los mismos de ayer, de hoy, de mañana: los mismos desamparados (unas veces sirios y otras, españoles, italianos, alemanes, polacos o bosnios).

Somos los mismos buscando un lugar sin bombas, sin miedo, sin hambre, en el que poder trabajar, tener una familia, unos sueños pequeños, una vida y una muerte digna. Somos los mismos aunque hemos evolucionado, dicen: siglo XXI. Sin embargo, hoy encontramos de nuevo indiferencia y vallas y alambradas y miedo y hambre y frío en esta Europa con sus Derechos Humanos tatuados ya no se sabe dónde. Europa, presunta fortaleza, experta también en financiación de armas de esas mismas guerras que obligan a cientos de miles de familias a arriesgar sus vidas en la fuga: ¿por qué no empezar por ahí, por la fabricación y venta de armas y trabajar para la paz? Esa Europa da la espalda a los valores que se supone la parieron y un niño muere ahogado en una playa y es a la vez todos los niños y no hacen ya castillos en la arena. Diez mil niños sirios (al menos: hay muchas cifras más) están en paradero desconocido esclavizados, torturados (y a saber) en manos de mafias (nos dicen) y nadie dice ni hace nada para encontrarlos. Diez mil niños antes hijos de sus padres, nietos de sus abuelos, diez mil niños clavados dentro del corazón: somos los mismos desamparados.

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De las cabezas de esa Europa sin amor salen también mensajes xenófobos (pero sutiles) que caldean las mentes más asustadas/privilegiadas y aferradas a un bienestar que es papel mojado (y llueve): «No podemos asumir más refugiados», por ejemplo. Para empezar: los refugiados son/somos personas. Para seguir: no son refugiados los que están a la intemperie, como manifestaba hace unos días un dibujante y además, el «no podemos asumir» es hipócrita: el asilo no depende de la generosidad, voluntad, hospitalidad o como sea que quieran ponerse la medalla; el asilo es un derecho, una obligación y en cambio cala el mensaje tembloroso, la boca prieta de los dirigentes que van esparciendo semillas del mal: el conflicto sigue siendo rentable. ¿Cuál es el precio del bienestar? ¿Dejar morir a seres humanos que vienen huyendo de ciudades destrozadas por la guerra, el hambre y el terror? O lo que es lo mismo: ¿matarlos? Somos los mismos de mañana.

Ese bienestar, además, se firma en despachos a puerta cerrada. Europa debería estar centrada en auxiliar e integrar a los que sufren, a los que huyen, con programas sólidos de emergencia: porque hay recursos y porque los que llegan han de saber adónde llegan, cómo hacerse una vida allí/aquí, cuáles son las normas de convivencia y cuál la cultura de acogida y, sin embargo, lo primero que aprenden en algunos países ultradesarrollados es a pagar un peaje, entregar las joyas y el dinero que todavía no les han robado las (otras) mafias. Europa debería estar en ésas y está, en cambio, entretenida en organizar una nueva crisis económica mientras morimos y en firmar sus Tratados de Libre Comercio (TTIP y TISA) a puerta blindada, perjudiciales, precisamente, para el bienestar de las pequeñas y medianas empresas, para los derechos laborales y los servicios públicos (que ansían privatizar) y para las oportunidades de sus ciudadanos con el objetivo de favorecer a las multinacionales y situarlas por encima del bien, del mal y de los tribunales.

El próximo sábado 27 de febrero, Menorca, tierra en esencia solidaria, será, con Maó como punto de encuentro, una de las tantas ciudades de todo el mundo que saldrá a la calle a exigir un pasaje seguro para todas las gentes (nosotros) que abandonan sus países en guerra, refugiados sin refugio, fantasmas invisibles para esta Europa sin amor. Estamos a tiempo de presionar con nuestras voces (se ha demostrado que sí sirven) y recordar a las instituciones y a los representantes políticos locales, regionales, estatales, europeos y mundiales que los seres humanos no cotizamos en ninguna bolsa.