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Oyendo hablar a los políticos se me ocurre que se ha desvirtuado mucho el contenido de la palabra "señor". Ha pasado a ser casi un término despectivo. Cuando un político, o un periodista, opina sobre algo que no le gusta en un contrario, o en un partido que no tiene sus simpatías, suele decir: "el señor tal ha dicho esto". Y pone en la palabra señor un poco de retintín. Por ejemplo: "El señor Sánchez ha dicho que formaría gobierno". O bien: "el señor Rajoy ha dicho que no hay corrupción". O: "el señor Pablo Iglesias ha dicho que todos pertenecemos a la casta". Etcétera. En cambio, cuando alguien dice algo positivo, sobre todo si es con admiración, dicen simplemente el nombre de la persona y obvian el tratamiento de señor. Por ejemplo: "Pedro Sánchez ha demostrado valentía". "Mariano Rajoy nos ha sacado de la crisis". "Pablo Iglesias quiere acabar con la corrupción". Incluso se obvia el tratamiento de señor cuando alguien quiere hablar muy bien de una figura política. Por ejemplo: "El presidente Rajoy defiende la unidad de España". Ya no se dice el "señor" presidente, porque podría resultar hasta peyorativo, debido a la degradación del término señor. Y así sucesivamente: "El presidente del PSOE, Pedro Sánchez, tiene una agenda muy apretada de contactos". "El presidente de Podemos, Pablo Iglesias, es partidario de un referéndum en Catalunya". En ninguno de esos casos suele decirse el "señor" presidente. Y sin embargo siempre fue norma decir el excelentísimo señor, el ilustrísimo señor, el muy honorable señor, etcétera. Parece que ya no hay señores, o que los antiguos señores son ahora tenidos como marrulleros.

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Y sin embargo, al menos hasta hace poco, ser un señor era ostentar la máxima respetabilidad. Nos dirigíamos nada menos que a Dios con el término señor: "Dios nuestro Señor". Los nobles que regían la vida durante la Edad Media eran señores. "Señor Conde", "Señor marqués"… Incluso en sentido jocoso se decía: "Cuando un bosque se quema algo suyo se quema, señor Conde". No se perdía la respetabilidad ni en la sátira. Los poderosos aliados en la Segunda Guerra Mundial eran "los señores de la guerra". Incluso en la ficción, el hombre que había sabido lidiar con el bien y con el mal era "El señor de los anillos". Y Belcebú era en la religión y en la literatura "El señor de las moscas". Todo cambia, bien es verdad, y al paso que vamos diremos "señor proscrito" a un presidiario y llamaremos por su nombre de pila al mismísimo papa Francisco.