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El sábado se conocieron las ganadoras de la segunda edición del concurso de microrrelatos organizado por el Ayuntamiento de Maó, «100 paraules per la igualtat». Se conoció el fallo a destiempo, eso sí, porque se citó a los participantes con una hora de retraso y se perdieron algunos el acto y la lectura del fallo en directo (me dicen que fue una belleza el recital «Poesia de dones», y en general, un programa brillante del Dia de la Dona). Desfases horarios aparte (lástima de realidad sin botones de rewind), el certamen fue un éxito de participación y es que este género (literario) en miniatura crea adicción entre lectores y escritores. Lo hemos experimentado en los talleres de escritura creativa siempre que ha llegado la hora de microrrelatar (o lo que es lo mismo, de jugar a presentar una historia en los huesos) y también nos hemos acercado, con la excusa, al tema de la igualdad de género (y con el rabillo del ojo, eso también, puesto en la tablet que se llevaba a casa el ganador del concurso).

Contar una historia en no más de cien palabras parece fácil: prueben. Eso sí, una vez se aprende a dominar ese latido, esa forma exacta que necesitan las palabras para encajarse (como un duro golpe) en una historia, breve de forma pero casi siempre inabarcable hacia el fondo (hacia el abismo), se puede caer en la tentación de querer traducir la vida entera a una de estas piezas que prescinden de recovecos para quedarse con esa conversación que lo dice todo, con un gesto congelado o una decisión irreversible. Y es que el microrrelato, en auge en estos tiempos sin tiempo para nada, es un género en sí mismo y lo sabe bien, por ejemplo, la microcuentista Ana María Shua (recomendable maestra), que ha escrito piezas como esta que se titula «69»: «Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando».

No vale cualquier cosa. El microrrelato no es una reflexión o un alegato o un chiste ni un resumen de un cuento más largo, sino que intenta dar un manotazo sobre un tema en forma de historia, sorprender al lector, hacerle pensar, lanzar un mensaje (sin botella) y sin perder de vista la idea (ni el eco). Dice el escritor Andrés Neuman en sus «10 microapuntes sobre el microcuento» que el género «necesita lectores valientes, es decir, que soporten lo incompleto» y también que «cuanto más breve parezca, más lento ha de leerse». Cada palabra, así, aporta su textura y tiene su porqué, el título es una parte del todo (más que nunca) y es que es, en definitiva, un ente propio, que ocupa poco espacio pero que posee su respiración particular, como un bonsái (no por eso menos árbol).

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Una de las que probó con estas 100 palabras fue Luisa L. Cortiñas, una gallega medio madrileña y ya casi ciutadellenca que va a seguir dando que leer (pongo la mano donde haga falta) cuyas historias tengo el gusto de escuchar en clase desde hace ya unos años. Lo probó y conquistó al jurado con un microcuento de título «Digna sucesora de la terquedad de su madre», que dice así:
«Ella, desde niña, decidió llenar su mundo de tubos y tuercas para sujetar las cosas. Soportó estoica la condescendencia de los compañeros del módulo de FP Fontanería. Cuando comenzó a trabajar, ante la indisimulada sorpresa de algunos clientes, decidió camuflar su pecho bajo vendajes e impostó su voz como mejor pudo. Basta, dijo un día. Resolvió acudir a las visitas vestida de princesa, tutú rosa sobre el mono azul. Desde entonces, una vez reparada la avería, determinó cobrar el doble que cualquier compañero.

—Por el espectáculo —decía, con la mejor sonrisa.»

Hubo también ganadora en la categoría de menores de 18 años, Elena Murcia, y dos menciones especiales, y parece que los textos se podrán leer en la página web del Ayuntamiento de Maó. Pero lo más importante del certamen (y del programa completo, tanto en Maó como en los otros municipios que se han sumado a la reivindicación) es que si hace unas semanas hablaba aquí de acabar con los minutos de silencio en esas protestas de asesinatos en serie y malos tratos a mujeres, hoy toca aplaudir iniciativas que hacen que se vea, se lea y se oiga la desigualdad. El arte escenifica las injusticias de una forma directa y saca de los titulares el terrorismo machista: esos titulares en los que las «mujeres»" o las «jóvenes» son «asesinadas a manos de», o «aparecen muertas» en lugar de ser «varones que asesinan a». Ojalá sigan los programas/altavoces más allá de marzo.

ana@laisladelosescritores.com