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Johan Cruyff, el genio del fútbol e ídolo de masas, ha fallecido a los sesenta y ocho años en Barcelona, la misma edad que tenía Miquel de Cervantes, el 22 de abril de 1616, cuando murió en Madrid tras una intensa y azarosa vida. Han pasado cuatrocientos años y seguimos disfrutando con las aventuras o desventuras de Don Quijote, idealista caballero andante, junto a su juicioso, bonachón y materialista escudero, Sancho Panza. También celebramos los 450 años del nacimiento de William Shakespeare, que puso nuestras pasiones y conflictos sobre un escenario; y los 700 años de la muerte de Ramón Llull, otro gran aventurero que en su «Llibre de les bèsties» nos cuenta como se reúnen un grupo de animales para escoger un rey: hay votaciones, luchas por el poder, mentiras y maquinaciones. Todo esto me recuerda algo.

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Vivimos en un mundo raro, como dice la canción. Unos tanto, otros tan poco. Los conflictos son inevitables cuando la sociedad es tan desigual, aunque intentemos minimizarlos. Lo que podemos decidir es cómo afrontarlos de la mejor manera posible. La forma incorrecta los engorda, enquista y cronifica. Pero los síntomas de que vamos hacia la confrontación y la ruptura, aumentan. Y es que cuanta más ley, menos memoria histórica. Repetir el pasado no nos hará más jóvenes. San Agustín dejó dicho que «para crear se necesitan siglos y gigantes; para destruir, un enano y un segundo». No nos faltan ejemplos, por desgracia.