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"Aquí todo va de mal en peor». Así comienza «Es que somos muy pobres», un cuento de «El llano en llamas», del breve e interminable escritor mexicano Juan Rulfo. En esas siete palabras se condensa la historia de una familia que lo ha perdido (casi) todo y en esas siete palabras se podría resumir también (por seguir ahora la estela de Borges) nuestra «Historia Universal de la Infamia»: la que no cesa. Esta misma Historia está engrosando hoy capítulos miserables a costa del desamparo de los refugiados que no encuentran refugio en Europa. Encuentran hambre, desesperanza y alambradas y gases lacrimógenos y pelotas de goma contra familias enteras, con sus niños y sus mayores, como ha ocurrido con la policía macedonia en la frontera griega, en ese campo a infierno abierto de Idomeni en el que malviven miles de personas (repito: personas). Los gobiernos torturan a los exiliados y luego lanzan mensajes xenófobos para aterrorizar a sus poblaciones hablando de la violencia de los otros. ¿Quiénes son los violentos?

¿Y qué podemos hacer nosotros, ciudadanos, defensores (la mayoría) de los Derechos Humanos, mientras los responsables europeos los pisotean, no frenan la guerra en Siria y no se unen para una solución conjunta y solidaria pero emplean, sin embargo, sus recursos millonarios para deportar a las personas (repito: personas) a la nada, a una tierra cubierta de muerte? ¿Qué podemos hacer mientras esto ocurre y en nuestro país de triste figura no se hace otra cosa que desgobernar (en funciones) con una oposición que escenifica acuerdos que no llegan y miran todos para otro lado (hacia las cámaras de televisión), como si no fuera a ser España la próxima frontera, cómo si no fuera ya una experta en las «devoluciones en caliente» de personas (repito: personas)?

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¿Qué podemos hacer? Una vez más, hay respuesta: es el pueblo el que se adelanta para ayudar al pueblo y la sensibilización nace de nuevo antes en las calles que en los despachos. Así ocurrió aquí este sábado, gracias al empeño de la plataforma ciudadana «Benvinguts Refugiats Menorca» (gracias, organizadores), que coordinó un encuentro para reflexionar sobre la barbarie que estamos viviendo/consintiendo en nuestro vecindario. La jornada «Menorca pel dret d'asil»reunió a centenares de personas de todas las edades (repito: personas) y contó con el testimonio de uno de los voluntarios que ha estado en las playas griegas de Lesbos auxiliando a las personas refugiadas (repito: personas), en sus trayectos desesperados y muchas veces mortales, con la oenegé Proactiva Open Arms, que además ha sido destinataria de los más de 2.000 euros que se recaudaron en torno a una paella solidaria. Hubo micrófono abierto y lectura de manifiestos que ya sirvieron, en algunos casos, para aunar el grito de socorro del pasado 27 de febrero: siguen vigentes las exigencias pero habrían de reescribirse y no por que se haya reconducido el conflicto sino porque la situación ha ido «de mal en peor». Sí, se han dado pasos, pero hacia una ruta contraria e inhumana: el acuerdo de la vergüenza entre la Unión Europea y Turquía marca la grieta del derrumbe de un sistema mercenario que ha perdido la memoria y los papeles (y los ha encontrado, parece ser, en Panamá y otros paraísos fiscales). Y da la impresión a veces de estar atrapados (y no solo los que huyen despavoridos) en un cuento de Rulfo (predestinados por la pobreza, por el mecanismo depredador del que se lucran unos pocos y que trata a la mayoría peor que a ganado); y otras veces, como este sábado, se vislumbra en cambio una manera de romper la corriente del río: unir esfuerzos y actuar, cada uno con lo poco o mucho que pueda hacer (no, no basta con los emoticonos tristes en Facebook).

La plataforma menorquina, que ya está organizando otra jornada para el 14 de mayo, es una de tantas que no se resigna a permanecer inmóvil y que constata que solo el hecho de reflexionar, como comunidad, ante una injusticia orquestada es una forma de sabernos vivos y de exigir que esa acogida a las personas refugiadas (repito: personas) sea otra (una acogida verdadera). La presión ciudadana es la que activa el cambio que sí pueden llevar a cabo los gobiernos desde todos los ámbitos: han de implicarse ya y estar a la altura de sus gentes, porque mañana, se ha de insistir, podemos ser nosotros (ya lo fuimos) y Menorca es y ha de ser (y estar preparada para ello) una tierra solidaria.