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Cuando el Reino Unido decidió pirarse de Europa el escritor y periodista John Carlin, de madre española y padre inglés, dijo que se haría el pasaporte español porque se avergonzaba de que una gran parte de su país, sección hooligan, se creyera superior a los demás. Supongo que John cumplirá su palabra y dejará de ser inglés para ser solo español, e imagino que está jodido por tener que tomar una decisión como esa.

John siente vergüenza por lo que decidió mayoritariamente su país, no todos sus habitantes clarísimamente, pero sí la mayoría, Cuántas y cuántas personas no sienten vergüenza por las actuaciones de muchos de sus compatriotas, y sobre todo de sus gobiernos, sería algo así como una vergüenza ajena muy a lo bestia. Uno tiene unas ideas, unos proyectos, una manera de entender la vida y de entender cómo debería ser la sociedad, y cuando esas ideas no coinciden con las de la mayoría de las personas, se genera un cierto sentimiento de desazón, de rabia, de frustración, de tristeza.

Es normal que se sienta todo eso cuando uno no se sale con la suya, sin embargo muchas personas tampoco se sienten muy a gusto pensando como la mayoría, y no tienen porque ser unos frikis, ni unos sobrados intelectuales de esos que ahora abundan por los medios y que se lamentan continuamente de que el país no está a la misma altura intelectual que ellos, oh grandes sabios que te cagas, que lloran por las esquinas criticando a la España de sus entretelas por paleta y casposa. Sin llegar a esos niveles de soberbia y estupidez les tengo que confesar, queridos lectores, que no me siento muy cómodo en las mayorías. De hecho cambié mi barrio Carabanchel, y la inmensa ciudad de Madrid, por nuestra bella Menorca, porque lo pequeño me enamora como la menta fresca a la lima en un buen mojito, y las multitudes me agobian más que a Esperanza Aguirre los tíos con coleta.

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Y además, ¡qué puñetas! hay cosas que no entiendo y que nunca llegaré a entender y seguro que eso es mas achacable al funcionamiento de mis conexiones neuronales que a otra cosa. Por más que me fijo, por más que apreto mi cabeza intentando entender, interpretar, conocer, ciertos temas se me escapan sí o sí.
Y no me refiero a la cuestión de porqué millones y millones de personas deciden dar su voto para apoyar a partidos que tienen cientos de caso de corrupción, ni porqué millones y millones navegan por Youtube para ver videos de gatitos, son temas complejos cierto, pero más o menos llego. Sin embargo, lo que mi mente nunca computará es el funcionamiento sofisticado de una váter japonés.

Para cagar en una taza diseñada en el país del sol naciente tienes que estudiar un par de ingenieras como mínimo, además de realizar unas practica en el modulo central de la NASA en Houston. Te da cosa poner el culo en esa especie de platillo volante que tiene un millón de botones con símbolos imposibles de descifrar. Tocando a lo loco todos los botones el váter empieza a calentarse y a lanzar chorros de agua a presión que pongas como pongas las posaderas siempre aciertan en su destino final, se ahorran una pasta en papel higiénico, pero el método de limpieza les aseguro que es desconcertante.

Ahora sé a lo que se refería el replicante Roy Batty, de la película «Blade Runner», cuando dijo: «He visto cosas que nunca creeríais», no era la situación geopolítica del mundo, vaya ridiculez, eran los malditos váteres japoneses. Shiawasena natsu, que según el Google traductor es algo así como feliz verano.

conderechoareplicamenorca@gmail.com