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Una de las labores más entretenidas del ullastrero en sus gloriosas mañanas libres y a la fresca es repasar la prensa del día vía cibernética una vez cumplimentada la obligada lectura en papel de «Es Diari». Enterado de lo noticiable por la radio matutina, centro la atención en las páginas de opinión, no en vano llevo más de cincuenta años participando en ellas y se trataría de deformación profesional, la misma que me lleva a acercarme más de la cuenta a los ojos peculiares que se cruzan en mi camino, especialmente del género femenino, mucho más interesantes y expresivos. Ambas actividades, la lectora de periódicos y la escrutadora de destellos mágicos, a veces me dejan perplejo.

Dejando de lado miradas sugerentes (mi mujer es a la vez mi empresaria y no conviene incomodarla), leo en pocos días dos opiniones fundamentadas en el mismo periódico ambas, en «El País», pero con visiones curiosamente contrapuestas. Se refieren los dos a la percepción de país que podamos tener, según donde enfoquemos la mirada, y llama la atención que podamos estar de acuerdo en ambos razonamientos… para llegar o conclusiones tan distintas, en una paradoja de la lógica discursiva. Primero fue el reputado escritor Julio Llamazares quien veía así a España (transcribo algunos párrafos):

«Mientras siga habiendo personas que mueren en las plazas de toros o corneadas en los encierros, este no será un país normal. Mientras nuestra fiesta más internacional sean los Sanfermines de Pamplona, exaltación de la testosterona y la manada, España no será un país normal. Mientras nuestros festejos tradicionales consistan en arrojarse tomates unos vecinos a otros, descabezar a gansos colgados por las patas, empujar toros al mar, bañarse colectivamente en vino, reventar caballos al galope en romerías a vírgenes a las que nadie visita luego, este no será un país normal. Mientras en nuestras instituciones sigan estando personas convictas o investigadas por corrupción a las que sus seguidores continúan votando, mientras nuestros estafadores más conocidos entren y salgan de la cárcel como si fuera su casa, mientras la mitad de la población no lea el periódico ni un libro en toda su vida, mientras continuemos siendo el país más ruidoso del planeta, mientras la buena educación sea considerada un signo de debilidad, mientras tengamos el mayor número de teléfonos móviles por habitante, mientras seamos el primer país del mundo en piratería, mientras la evasión y el fraude fiscal estén bien vistos por muchas personas, mientras escuchar al otro se tenga por extraordinario, mientras la vulgaridad se admire, este país será lo que sea, pero no será normal…».

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Realmente es difícil no estar de acuerdo en los razonamientos de Llamazares, como no lo es menos coincidir con los planteamientos que el periodista y escritor anglo-español John Carlin, quien sumamente molesto con sus compatriotas ingleses por el brexit, exponía días después conclusiones bien distintas en un artículo titulado: «España, isla de decencia y sensatez» y del que entresaco algunos párrafos significativos:

«¿No se dan cuenta de que comparado con lo que vemos hoy en la campaña electoral estadounidense, con lo que vimos en la campaña por el brexit, con la demagogia que tanto cala en las poblaciones de Francia, Alemania, Holanda, Austria, el clima político que se vive en España respira tolerancia, respeto, civilización, seriedad? ¡Por favor!... El aburrimiento de la política española es un hecho, pero el aburrimiento puede ser una virtud cuando uno ve la histeria a la que sucumben los seguidores de Trump o Farage… Sí, es verdad que el ganador de dos elecciones generales en los últimos meses es un partido notoriamente corrupto, pero que tampoco se crean los españoles tan especiales en este terreno o que su sistema favorezca la impunidad: en España, la hermana del Rey ha tenido que responder ante un tribunal a acusaciones de delitos fiscales, mientras en Inglaterra, a nadie se le ha ocurrido que el príncipe Andrés, implicado en abusos de poder y negocios turbios, ofrezca explicaciones ante un juez… Ninguno de los cuatro partidos políticos más importantes de España ha apelado al racismo o a la xenofobia para conquistar votos. España es una isla de decencia rodeada por un mar de mezquindad…».

Los dos parecen lúcidos desde visiones contrapuestas, los dos tienen parte de razón, como suele ocurrir en todas las controversias humanas en las que hay voluntad de llegar a alguna conclusión válida, incluidas las del desiderátum turístico menorquín de turismo sin turistas según el provocativo dictamen de Iñaki Gabilondo, o las discusiones más ásperas, las futbolísticas, en las que nadie duda que Cristiano Ronaldo sea el mejor jugador del mundo, pero todo el mundo tiene también claro que Messi no es de este mundo… Pero donde no se ve lucidez por ninguna parte es en la interminable cháchara de los pactos. Y cuando algo parece moverse (Ciudadanos), Rajoy decreta una semana (más) de vacaciones para seguir mareando la perdiz. ¡Y qué decir de la lógica discursiva de ese peligro público llamado Donald Trump! ¡Socorrro!