Ahora que el calor aprieta todo el mundo busca el agua, aunque ya hay quien dice que el mar está tan caliente como meados. Casi parece mentira que la gente vaya a la playa a refrescarse, cuando lo que hace es sudar para llegar, sudar tendida al sol a más de treinta grados y sudar para regresar. Sería mejor quedarse a la sombra, balancearse en una hamaca, leer un libro, escuchar música o incluso ver la televisión. Que suden ellos. En televisión también aparecen imágenes espeluznantes que sin embargo pertenecen a nuestra vida más cotidiana. Playas que son verdaderos hormigueros, perros que se han quedado encerrados al sol en un utilitario y que casi se mueren de asfixia, o cerdos hacinados en camiones, medio muertos de calor, bebiendo en garrafas de plástico si alguna vecina se apiada de ellos, como si fueran niños de biberón, asomándose a las rejas con una cara tremendamente humana, pues ya dicen que el cerdo y el hombre tienen una constitución física muy semejante. Esto ya lo sabía George Orwell, que en su novela «Rebelión en la granja» dio voz a los cerdos y a todos los animales, y terminaron como el hombre, es decir, explotando a los de su misma calaña. Los que no lo sabían, no lo saben todavía, son los cerdos. No saben que les llevan al matadero y que antes de que los electrocuten se mueren de insolación, olvidados en el camión. Si lo supieran plantarían cara a su dueño. No les compensaría pensar que en la sección de charcutería de los supermercados, convertidos en lonchas adulteradas, convenientemente envueltas en fundas de plástico, van a estar de lo más fresquito. Y a nosotros, los humanos, no nos hace ni pizca de gracia pensar que la sección de carnicería y la de jamones curados son verdaderos cementerios porcinos, por no hablar de las otras especies que sacrificamos para nuestro sustento.
Les coses senzilles
Los seres humanos
15/08/16 0:00
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