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Que Menorca es Reserva de la Biosfera lo sabe todo el mundo: así lo declaró la Unesco en 1993. Que lo parezca es otra cosa y que hoy obtuviera de nuevo el reconocimiento, resulta también, según dicen algunos expertos, bastante dudoso.

La piedra seca característica, una encima de otra, sin argamasa alguna, puebla este rincón que planta cara al norte, desde donde se pueden contemplar, mejor que nunca, esas venas duras de la isla que puestas en línea avanzarían, dicen, más de doce mil kilómetros. Punta Nati, zona de interés etnológico y una de las de más importantes en lo que a la piedra seca se refiere de todo el Mediterráneo —ocho países europeos, entre ellos, (sorpresa) España, promueven que sea salvaguardada como patrimonio inmaterial universal ante la UNESCO—, podría quedar ahora secuestrada entre los muros de un megaparque fotovoltaico de gestión privada de 187 hectáreas que harían de este uno de los más grandes del país. Megaparque para el que parecen no haber encontrado una ubicación mejor ni unas dimensiones más acordes con la extensión de Menorca: la asociación Amics de Punta Nati ha nacido para exigir coherencia. Aunque no se oponen al proyecto sí plantean la reducción del mismo, hasta 50 hectáreas en total —contando con la planta que ya existe— y una apuesta por más alta tecnología con menor impacto sobre el paisaje. Han pasado 23 años desde esa declaración de la Unesco y no pueden ahora entrar las prisas en una isla abandonada a su título, a cualquier precio, contra el interés cultural, sin debate social y sin tener en cuenta la identidad de una tierra que traspasa las imágenes, como ocurre en un álbum que ya pulula por un salón lleno de libros (pequeñas torres) y que en cualquier momento se podrá abrir al azar para despertar en medio de un paisaje callado de esta Isla irrepetible, en busca de un suspiro (o de un haiku).

Según desde dónde se mire, dirán otros. Yo la pude observar hace unos días desde las alturas, en la presentación de Mianorca, de Damià Coll, una obra en la cual tengo la alegría de participar junto con cerca de setenta autores. Desde allí, desde el gallinero —cuando llegué al Auditori de Ferreries, el patio de butacas estaba repleto—, la Isla sí era la que dice ser.

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En aquel acto se proyectaron las fotografías de Coll con fragmentos de los textos que aletean sobre páginas llenas de silencios: un espejo de emociones que fue deslizándose mientras sonaba el piano de Yiruma, con el tema River flows in you una y otra vez: hipnotizados todos. La emoción se contagió en un pase delicado que no hizo sino recordar lo importante: la esencia de una tierra que se ha de preservar con una gestión política a la altura del paraíso.

Sería difícil elegir una sola fotografía de las que habitan el libro (o un solo texto: qué ejercicio tan fantástico, soñar a partir de un sueño): escenas de primera hora de la mañana y amaneceres en una isla en calma (apagar el despertador y girarse de nuevo y taparse con las sábanas). Sería difícil, insisto, pero hoy me quedo con la estampa de Punta Nati, que también se cuela en Mianorca, porque no podría no estar. Anton Soler es quien pone palabras a esta panorámica de barracas y ponts de bestiar que sobresalen en medio de «una inmensa i omnipresent quadrícula pètria única al món»; un paisaje de interés cultural y «antropizado» —es decir, transformado por el ser humano—, para un uso rural concreto ya en extinción y, por tanto, un paisaje irrepetible.

Hay vías para reconducir este proyecto que, en un informe del Comité Español del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios Histórico-Artísticos (ICOMOS), se recomienda que no se lleve a cabo y que incumple toda una serie de normas de ordenación del suelo de Baleares (la documentación crece cada día). Las entidades ecologistas de otros territorios, como la Xarxa de Sobirania Energètica de Mallorca (GOB, SOM Energia, Alcaib i Amics de la Terra), ya se han posicionado en contra de este tipo de megaparques. No es una cuestión de «renovables sí» o «renovables no», porque en eso (creo) estamos (o deberíamos estar) todos de acuerdo: el futuro pasa por un cambio de modelo energético que incluye las energías limpias, pero no basta con la rentabilidad y el negocio privado como excusa en esa planificación.

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