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Vale, pensarás que un sábado más estoy en plan 'moñas' o filósofo de lavabo. O que se me ha ido la mano con 'ses herbes dolces' o que estoy vendiendo motivación barata. Pero qué quieres que le haga, para mí –y seguro que para muchos y muchas- no es lo mismo reír que sonreír. Te aceptaría que son cosas que se parecen pero para nada es lo mismo. Y tampoco van de la mano porque cualquiera puede reír sin necesidad de sonreír y viceversa.

La verdad es que la cantidad de cachivaches que pululan a nuestro alrededor resulta muy fácil camuflar los sentimientos y vestirlos como se nos antoja. Es decir, estás sumido en una depresión de caballo –o de unicornio- pero en tu perfil de Facebook pareces la persona más feliz del planeta porque te importa mucho lo que piensen los demás. Por ejemplo.

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Pero aún así, hay sentimientos que no se pueden esconder. Es el caso de la sonrisa. Tengo la sensación de que la risa es la prima basta de la sonrisa, la que es capaz de gestionar cualquier situación y salir al paso en cada momento. Lo mismo te sirve para seguirle la gracia a alguien que te cae gordo como que camufla una situación incómoda en la que ninguno de los dos interlocutores sabe qué decir.

La sonrisa en cambio es un gesto muy difícil de controlar, esporádico y sincero. Es el resumen de la felicidad y si no eres feliz difícilmente te sale. La sonrisa, creo, es una especie de tesoro que se debe conservar como el mejor de los bienes porque alguien que sonríe tiene una actitud ante la vida muy distinta. Por ejemplo, un problema lo gestiona muy diferente alguien que le sonríe a la vida que otro que se parte de risa. Es muy fácil prostituir una risa para confundir a los demás pero todavía es mejor poder sonreír para descolocarlos a todos.