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Algo chirría estrepitosamente en la cadena de la sociedad cuando se dan casos tan trágicos como los descubiertos en Menorca con apenas tres días de diferencia durante esta última semana.

Dos hombres han sido hallados sin vida, en circunstancias diferentes, pero con el mismo desenlace fatal y algunos elementos comunes que invitan a reflexionar sobre el fracaso general, tanto de quienes gestionan nuestros recursos como de nosotros mismos. Y es que en ocasiones somos incapaces de advertir que el que necesita un empujón, una ayuda material o, en su defecto, un apoyo moral que le lleve a otro más efectivo, está tan cerca que ni siquiera le vemos o quizás preferimos hacer como que no le vemos, que no es lo mismo.

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La muerte les sobrevino a ambos en solitario sin que, además, nadie hubiera advertido su ausencia ni nadie reclamara su desaparición hasta que fueron hallados, uno de forma casual y otro como consecuencia de su relación con las drogas. ¿Acaso hay alguna manera más funesta de perder la vida en una parcela lindante con el asfalto de una ciudad dentro de una tienda de campaña y que el cuerpo en descomposición lo descubra meses después un buscador de espárragos?.

Detrás de los dos fallecidos habrá una historia que debería sonrojarnos a todos. La responsabilidad de la caída al precipicio de la soledad, las drogas, la depresión y el abandono compete, en primera instancia, a cada uno de los propios interesados por no haberla sabido invertir.

Pero hay otra responsabilidad que se refiere a la obligación de las instituciones para que sus servicios sociales dispongan de mecanismos y recursos que eviten que la Isla de la calma se altere por sucesos tan impropios de ella.