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La primavera alarga los días y altera la sangre, según dicen. También altera los relojes que se adelantarán a los acontecimientos. A las 2 serán las 3. Necesitamos más luz para no quedarnos a oscuras y pegarnos un trompazo morrocotudo. Seguro que faltan luces y sobran iluminados. Si pudiésemos recuperar la calma… tal vez no lo veríamos todo tan negro y catastrófico. Escucharíamos a los pájaros y contemplaríamos las flores, apagaríamos el móvil y permaneceríamos sosegados, quietos, respirando en silencio junto a las olas. Nos sentiríamos vivos y más unidos que nunca. Oiríamos esa voz interior que el ruido exterior ahoga. No sufriríamos tanto. El ritmo frenético nos distrae y obnubila. Nos centramos en las malas noticias y en los peores augurios. Ya casi no nos tratamos a nosotros mismos.

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Estamos ausentes. Es preciso saber reaccionar a tiempo para no estrellarnos ni estresarnos. A las 2 serán las 3. Y esa hora de reloj habrá quedado perdida en el universo para siempre. Ahorrar energía no siempre concuerda con los ritmos circadianos. Abandonar a la madre naturaleza por intereses económicos nos convierte en seres fríos, artificiales.

Luz, más luz… estrellas en el cielo. La cálida caricia del Sol nos arrulla de forma invisible sin pavonearse ni pedir nada a cambio. Procuremos no ser tan mezquinos y soberbios. El tiempo pasa volando y hay que saborearlo cuanto podamos junto a aquellos que amamos. Porque a las 2 serán las 3.