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Leo, y no salgo de mi asombro, la noticia de cómo una madre ha llegado a sentarse en el banquillo de los acusados por arrebatarle el teléfono móvil a su hijo quinceañero para que éste se pusiera a estudiar. Antes de la era tecnológica si no estudiabas te castigaban sin más, en tu habitación, sin tele, sin teléfono fijo -cualquier conversación si había dos aparatos en la casa podía además ser interceptada impunemente-, por supuesto sin internet ni grupo de Whatsapp, no quedaba más opción que rebelarte mirando a las musarañas, o tal vez incrementar las visitas a la nevera, mirar por la ventana, hacer carantoñas al perro, en fin, aislamiento, hoy día ¿maltrato?

Parece que en la historia de este adolescente de Almería y la madre que le quitó el móvil, según los hechos juzgados, con un leve forcejeo, tiene que haber algo más de fondo. Cómo si no se explica que un familiar directo acompañe al chico a la Guardia Civil a denunciar a su propia madre por maltrato, simplemente por intentar que cumpla con una de las pocas obligaciones que tiene en estos momentos en su vida, hacer los deberes.

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Lo increíble es que, imagino que para curarse en salud en los tiempos que corren, los agentes tramitaron la denuncia y el Ministerio Fiscal la avaló, solicitando nueve meses de prisión y asumir el pago de las costas del juicio para la madre, por un delito de maltrato en el ámbito doméstico. Por suerte el juez sentenció a favor de la progenitora, con su absolución, lo que no quita para que esta señora imagino tenga un disgusto mayúsculo. Cómo resolver ahora conflictos con el angelito que te llevó a juicio, qué será lo siguiente.

Quizás hace años la autoridad de los padres era excesiva, hubo generaciones de transición, de diálogo, y ahora, a fuerza de ceder y de entronarlos desde pequeños, hay hogares que sufren la tiranía de los hijos.