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Pudo ser una tragedia pero, afortunadamente, quedó en un par de accidentes muy graves que no se cobraron ninguna vida aunque se temió al menos por dos de ellas.

Ocho personas resultaron heridas en las fiestas de Gràcia del año pasado en Maó a causa de dos incidentes protagonizados por tres caballos, uno de ellos en la misma plaza donde se desarrollaba el jaleo, y los otros dos cuando se desbocaron camino de sus respectivos puntos de partida en la salida de Maó.

Fuera la fortuna, la providencia o la intervención celestial las que evitaran el drama irreparable, ambos siniestros han actuado como detonante para que la Junta de Caixers haya tomado medidas.

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Se han anulado las invitaciones a los caixers de otras poblaciones y tampoco los miembros de la junta podrán hacer uso de las suyas lo que supondrá que la qualcada se reduzca en 15 o 20 caballos.

Se trata de una solución lógica que se basa en una simpleza indiscutible. Cuantos más caballos se concentren más opciones de accidentes habrá porque sus reacciones son imprevisibles y harto peligrosas en un entorno tan reducido y cada vez más masificado. La disminución del número de equinos, aún a costa de alterar la cortesía con los otros municipios, es la salida más correcta que podía adoptar la junta presidida por la alcaldesa Conxa Juanola. Con menos caballos, además, podrán ajustarse mucho mejor los horarios de cada acto e incluso el estrés que sufre el animal no será tan acusado.

Es un primer paso para reabrir un debate fundamental encaminado a mantener los valores de la fiesta dotándola de una mayor seguridad. La coexistencia entre animales y personas hasta los límites que ha alcanzado en los últimos años aconseja replantearla para evitar accidentes y que estos se conviertan en fatalidades irreparables.