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La revolución tecnológica seguramente podría acelerar el ritmo, pero tiene que ajustarse a la capacidad de digestión que tenemos los humanos. Los robots -no solo los que en Japón saludan a los Reyes- están cambiando nuestra forma de vivir, sin posibilidades de vuelta atrás. Algunos estudios aseguran que la era digital hará desaparecer la mitad de las profesiones actuales y que ocho de cada diez estudiantes de instituto realizarán un trabajo con una base esencialmente digital. Las diez profesiones del futuro que generarán mayor demanda pertenecerán al ámbito de las nuevas tecnologías.

Este escenario podría dividirse entre los «apocalípticos», que ven todo lo que va a morir y que se preguntan de qué vamos a trabajar y si seremos capaces de crear empleo para todos, y los «integrados», que ven las oportunidades de las nuevas tecnologías para el bienestar de las personas. Un robot puede robarnos un empleo pero también puede ayudar a una anciana que quiere vivir en su casa, sin ser dependiente.

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Un día que tengamos tiempo que perder podríamos imaginar qué profesiones pueden ser substituidas por un robot. ¿La suya quizás? La lista es enorme.

El cambio plantea también otro reto, el de la formación. La clásica, integral, que permite a una persona llenar su maleta de cultura y conocimiento, es probable que pierda valor a favor de la más específica y técnica, la orientada a la demanda profesional. El desprecio legislativo a las Humanidades podría ser una visión de Wert sobre la revolución que nos cae encima.

De todas formas, los robots, al menos de momento, irán sobrados de lógica matemática, pero estarán exentos de sentimientos y de la capacidad humana de aprender a través de nuestros errores y del placer de mejorar con el esfuerzo. Oportunidades a menudo desaprovechadas.