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Se confunde la moción de censura con la emoción de la censura, ese afán represor e inquisitorial que comparten la extrema izquierda, los separatistas y los antisistema. El pensamiento totalitario avanza y el aire está enrarecido, plomizo, alejado del anhelo de concordia y diálogo experimentado durante la Transición. Podemos ha engullido a IU y al PSOE (si miramos los programas rupturistas).

Mucha gente de hoy tiene fe en la política, y otros en la ciencia. Esta última se basa en los hechos y su comprobación empírica… su rigor es un antídoto contra charlatanes, autoritarios, engañabobos.

La ciencia requiere altos niveles de abstracción, como la conjetura de Collatz, problema matemático sin resolver que representa todo un desafío para mentes privilegiadas.

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La tecnología, el marketing, la publicidad… la aplicación del saber científico a los intereses humanos (sobre todo, económicos) es hoy la norma. Somos conejillos de indias sin saberlo.

La ciencia es una actividad humana no exenta de engaños, manipulaciones, mala utilización por egoísmo o en las luchas inacabables por el poder. La ciencia no lo soluciona todo aunque sea una valiosísima contribución de la humanidad para la mejora de las condiciones de vida sobre el planeta.

No todo lo posible es deseable. Hay que poner límites si no queremos un mundo irrespirable. La conciencia debería tener la última palabra. Porque la ciencia sin conciencia, produce monstruos.