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Queridos machos alfa, a quien Dios guarde muchos años (si realmente lo considera imprescindible).
La presente sería en principio para confesaros un extremo que quizás os cueste creer: no consigo envidiaros.

Estaba, hará ya un par de días, en uno de los pocos parajes solitarios que a estas alturas del verano van quedando en la preciosa isla donde vivo; sentado sobre una roca tal y como mi madre me trajo al mundo (demasiado -para mi gusto- tiempo atrás), leyendo «Filomeno a mi pesar», que por cierto no es moco de pavo, bañados mis pies por un agua fresca y cristalina, cubierta mi cabeza con una práctica -aunque un poco hortera quizás- gorra con visera, decidiendo si me lanzaba al agua (el sol aprieta cuando quiere por estos lares) o acababa antes el capítulo que mantenía cautivo mi interés, cuando pensé en vosotros, que por entonces os encontrabais en plena cumbre del G20 y decidí que definitivamente no me cambiaría por ninguno de los dos. A ver si me entendéis: ya imagino que tendréis vuestros momentos guay, quizás en plena juerga monumental con putas y vodka, o quizás tomando decisiones de esas que joden a medio mundo y que tanta satisfacción producen (según tengo entendido) a los verdaderamente poderosos. El caso es que creo que no me sentiría cómodo en vuestros zapatos, a pesar de reconocer la fiereza con que defendéis vuestro liderazgo y el canguelo que deben sentir vuestros subordinados cuando os levantáis de la cama con el pie izquierdo (o el derecho, según del que cojeéis, que en eso no me quiero meter). Pero no nos vayamos por las ramas, lo que os quería decir es que no considero imposible que seáis tan capullos como parece, no tanto por lo que decís y hacéis (que también), como por lo que explican de vosotros vuestros cuerpos y ademanes; no descarto tampoco que el mogollón de energía que consumís en mantener todas las sartenes por sus respectivos mangos os distraiga de lo que podríamos llamar (permitidme que me ponga un pelín cursi) las pequeñas cosas de la vida que encierran el germen de la (efímera si queréis, pero gustosa) felicidad. Es por eso que no os envidio. Ya imagino que os descojonaréis de la gente como yo; pisoteáis a diario a miles de pavos la mitad de pringados, habitantes de una esfera que os resulta tan invisible como unos buenos espárragos a un tigre, perdiendo en el fragor de la batalla sabrosas degustaciones. En fin, ya sois mayorcitos; no haré proselitismo de la beatitud ni echaré margaritas a los cerdos.

Por cierto, provengo del mismo país que ese tío que os habréis cruzado alguna vez en esas fascinantes cumbres de pavos reales que organizáis (supongo que a nuestra costa). Se llama Mariano. Seguro que os lo han presentado en alguna ocasión aunque quizás lo hayáis olvidado. Si hombre, es un tipo bastante alto (no tanto como tú, Donald, ni la mitad de cachas que Vladimir), barba rala, anda muy raro y dice obviedades (es su especialidad, junto con el escapismo), un tipo realmente gracioso si tuvierais tiempo que perder con él (y el mínimo sentido del humor que os habilitara para apreciar su arte).

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Pudiera ser que acabéis conociendo también a una pareja española (de momento) que aspira a formar parte del G21. Son muy cómicos también. De hecho se parecen a Laurel y Hardy (lo digo para que los reconozcáis si los veis por ahí) aunque se llaman artísticamente Oriol y Carles. Tienen un repertorio de gags más restringido que la pareja americana pero no dejan de tener su qué.

En fin, que si acaban consiguiendo su meta y os los cruzáis por las cumbres, sabed que a pesar de la distancia que os separa en la escala social comparten con vosotros algunas curiosas características: esa extraña intimidad del que tiene algún secretillo inconfesable en común; ese por el interés te quiero Andrés; esa soltura con la falacia.

No os equivoquéis: el del matojo capilar es Carles; el más enteradillo, el de la marchita de grasa (no la lleva, pero lo parece) en la barriga y cara cubista es Oriol.

Ya me gustaría invitaros a los cinco a daros un baño conmigo en mi calita y que me iluminarais sobre el gustillo de ser tan principal.