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Han transcurrido exactamente 25 años de aquellos quince días que modificaron para bien la imagen que proyectaba este país al exterior. El 25 de julio de 1992 Barcelona, Catalunya, España, en definitiva, penetraban por las pequeñas pantallas de todo el planeta con la mayestática ceremonia inaugural de los que hasta entonces fueron los mejores juegos olímpicos de la era moderna.

Barcelona consumaba así su vertiginosa transformación urbanística ideada por el que fue su alcalde más determinante del pasado siglo, el socialista Pasqual Maragall.

La ciudad se abrió al mundo, Catalunya mostró parte de su singularidad y belleza y España se manejó como un país dinámico y creativo que había dejado atrás, definitivamente, el blanco y negro de la dictadura. Había sido capaz de organizar con precisión extraordinaria la cita mundial de mayor trascendencia.

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Fernando Rita, los voluntarios menorquines de la organización y dos periodistas, uno de ellos de este diario, fueron la cuota insular que participó directamente en aquellos juegos inolvidables. El regatista mahonés, primer menorquín que llegaba a la villa olímpica después de 72 años -el anterior había sido Diodoro Pons en Amberes 1920- fue uno de los 430 deportistas españoles seleccionados para la gloria.

España tradujo el plan ADO en el mayor botín de medallas (22) que jamás había conseguido ni ha vuelto a conseguir desde entonces.

El 'dream team' con Michael Jordan y Magic Johnson, Fermín Cacho, Carl Lewis, Montserrast Caballé, 'Cobi', «amigos para siempre»... nombres y temas legendarios de aquella cita que tuvo como colofón un hecho insólito, difícilmente repetible. Fue el 8 de agosto, sábado, en el Camp Nou con la final de fútbol entre España y Polonia. 95.000 personas prestando apoyo entusiasta a una causa común: el triunfo de la selección nacional. Miles de banderas españolas coexistieron con las senyeras catalanas y un desenlace apoteósico, feliz. Ganó España.