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Parece ser que la expresión «segundas partes nunca fueron buenas» ya la puso Cervantes, de forma atuparódica, en boca de su personaje el bachiller Sansón Carrasco en la segunda parte de «Don Quijote». Perdón por este inicio con trazas culturetas, pero entre el calor sofocante y las mareas humanas que recorren la Isla de punta a punta, mi cuerpo permanece anclado al ventilador y a mi cabeza le da por navegar libre por Wilkipedia y pasa lo que pasa.

Pues bien, ese viejo dicho se aplica al mundo del cine para afirmar que no hay secuela buena. E inmediatamente después se añade, excepto «El padrino II». Puede que tengan razón, porque la verdad es que cuando el mundo del cine tiene un gran éxito, lo estiran como un chicle para seguir haciendo caja renunciando muchas veces a preservar un mínimo de calidad. Aunque dicho esto, reconozco que a mí me gusta más «El imperio contraataca» que «La guerra de las galaxias», o «El caballero oscuro» muchísimo más que su precuela «Batman begins», ya ven el nivel en el que me muevo.

Motivado tal vez por el disfrute que me dan esos dos peliculones, he decidido romper una norma y, por primera vez en estos años, hacer una segunda parte de un artículo que escribí en el verano del 2014 y que se titulaba «Yo no soy Agus». Les aseguro, queridos lectores, que mi motivación no es económica, ya saben. Que nadie nos abandone por no recordar, o no haber leído, el primero, ya verán que no hace falta.

Si hace tres años fue la Xaranga del Xubec la que nos aportó buen rollo y alegría, esta vez fue la Denver Blues Band, el grupo de mi amigo Oso, que toca la guitarra como si hubiera nacido con una debajo del brazo, la que nos hizo mover los pies. Si hace tres años fue en el Mercado del Peix, esta vez fue en El Claustre del Carme de Maó. Si hace tres años defendíamos la música como un instrumento de cambio imprescindible, y por eso el poder siempre temió a los músicos, menos a Julio iglesias por razones obvias, ahora seguimos sosteniendo lo mismo.

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Si hace tres años fueron tres personas, muy amables y divertidas las que se acercaron a saludarme porque creían que yo era Agus. Ahora han sido otras tres las que me lanzaron un saludo, iniciaron una conversación, e incluso me dieron un abrazo, pensando que saludaban a su amigo Agus.

Si hace tres años envidiaba a Agus por la gran cantidad de amigos que tiene, ahora le sigo envidiando aún más, porque me dijeron que es un buen músico, yo no soy capaz de tocar las maracas sin desafinar, que vive en la ciudad de la Gran Manzana, y que viene por Menorca, a pasar unos días en verano. Y a pesar de no vivir en la Isla le saludan más personas que a mí, que espero con ansia al cartero para ver un rostro conocido.

Bueno, Agus, que sepas que a pesar del paso del tiempo nos seguimos pareciendo, tendríamos que hablar seriamente con nuestros padres. Que a la próxima persona que me diga Agus no la voy a sacar de su error, y le voy a pedir que me invite a una caña. Que si alguna vez voy a Nueva York pienso preguntar por ti, para acercarme despacito y decirte: «¡Hostia!, Cabezas que haces por aquí». Y que poco a poco iré consiguiendo que las tornas cambien.

Ayer mismo un tipo muy simpático, y algo peculiar, se me acercó de frente y me dijo arrugando la nariz, «Agus, ¿eres Agus?... no espera, eres ese que escribe en «Es Diari» y que siempre termina poniendo «feliz jueves", algo es algo. Que agobiosto pase suave, que no falten nunca ni la música, ni los amigos aunque sean prestados, ni los felices jueves.