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Decíamos ayer, entre otras ocurrencias, que la ingrata e injustamente infravalorada tarea de meter la pata hasta la empuñadura, causando con ello graves trastornos y nada despreciables pérdidas materiales al contribuyente es empresa que, de querer hacerse bien, requiere cierta habilidad y no poca dedicación.

Continúo pues con algún consejillo práctico para cagarla a lo grande (¡Que no se diga!)

Leí hace tiempo (y no he oído polemizar al respecto, ni para bien ni para mal) que el Govern balear crea graciosamente tres nuevas plazas de asesor, con un coste de 150 mil pavos al año. Mal hecho! No seamos pusilánimes. Tres plazas son pocas (máxime cuando hablamos del sensible terreno de la comunicación. Pensemos que lo que hay que comunicar son nada más y nada menos que las bondades del gobierno, que no es moco de pavo, pero es que además hay que evitar que se vean las vergüenzas, y esto invade ya el terreno de la orfebrería); 150 de los grandes es una miseria. No; planteemos las cosas con seriedad. ¿Cuántas personas dentro de la estructura del Govern desconocen en profundidad la materia sobre la que deben ejercer su magisterio, o en cualquier caso, sobre la que deben tomar decisiones? ¿tres, diez, veintisiete? Nadie lo sabe, pero es a todas luces imperioso que se contrate cuando menos un asesor por cabeza (contando aquellas que por el noble edificio pululen, tanto haciendo como dejando de hacer), cantidad que soy incapaz de aventurar pero que sin duda supera con creces la irrisoria cifra de tres. Es manifiesto que el votante insiste en otorgar alternativamente su confianza a los mismos (o extremadamente parecidos) actores (en todos los sentidos del término) desde que las circunstancias le permiten hacerlo ¿No significa esto que asumen gustosos las derramas, los despilfarros, las desviaciones o incluso los extras que por mor del concepto de asesoría recaigan sobre la hucha común? Pues démosles la medicina (o placebo, que sobre esto hay teorías enfrentadas) que tanto satisface: démosles asesores por un tubo. Treinta asesores pueden cagarla más y mejor que tres. Ese, y no otro debe ser el enfoque que deberíamos dar a este espinoso tema: Un estudio que nadie se ha tomado la molestia de realizar demuestra que un chimpancé, siendo más barato, la caga menos que un asesor. Sobre las decisiones más comprometidas del chimpancé gobierna el azar (esto conduce a un 50% de aciertos). Al asesor no sabemos, pero la realidad nos permite presumir que el experto standar, siendo más oneroso como es lógico, resulta proporcionalmente más productivo a la hora de generar cagadas de elevado coste para el público erario (Cesgarden, la carretera general y un nutrido cúmulo de etcéteras iluminan sobre este punto).

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Es cierto que al haber ahora un gobierno de izquierdas, existe el riesgo de que aparezca ciertas reticencias a la hora de contratar asesores (sean o no cuñados), pero esto supone un craso error de timorato. La derecha ha tirado de asesores toda la vida y no les ha pasado nada. Vale, puede que alguno haya ido al infierno, pero en realidad el cielo está sobrevalorado (contrariamente al paraíso musulmán, las vírgenes que en nuestro cielo moran, vírgenes se quedan, y además no hay wifi). Mi consejo en definitiva es que si un izquierdista se siente incómodo a la hora de inflar el departamento de asesoría por un infantil sentido del pudor, se decante por una alternativa mucho más elegante, funcional y onerosa (hablamos de cagarla con solvencia): un Senado en cada autonomía. Nadie ha explorado hasta la fecha esa vía. Es brillante!, gasto enorme (me río de los 150 mil al año); posibilidad de colocar a aquellos que no acaban de encontrar su sitio; comisiones de investigación a gogó; inoperancia asegurada por ley. Lo tiene todo.

De hecho, me gustaría apadrinar un senador autonómico, a ser posible de izquierdas (con su pareja par de asesores adherida), vía marcando una cruz en el IRPF.

Alguno se preguntará porque hago ese tipo de artículos. Manejo la hipótesis de que no han dejado aún de tomarnos el pelo. He aquí la cabal respuesta.