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Según el diccionario la palabra «bulo» significa «noticia falsa propagada con algún fin». Lo he buscado porque de repente, tras mucho oír decir que el café era muy malo para la salud, ahora dicen lo contrario, que es tan bueno que previene el alzhéimer, favorece el sistema digestivo y alarga la vida, entre otras ventajas. Pero es que lo mismo ocurre con otras cosas. Por ejemplo, dicen que el chocolate es bueno para el corazón y no engorda, que el vino tinto tomado con moderación es muy beneficioso, y al contrario, afirman que el azúcar y las carnes rojas tienen efectos cancerígenos.

A veces estas informaciones son parciales, porque ocultan una parte de la verdad, y a menudo tendenciosas, porque apuntan a la consecución de algún fin, como podría ser el mayor consumo del producto. Es sospechoso el hecho de que a menudo se ofrezca el resultado de la investigación sin citar para nada la fuente de donde procede, es decir, sin justificar el porqué de la afirmación. Existen además creencias tradicionales enunciadas de buena fe que no siempre son ciertas, como lo de que la sandía o la naranja tomada por la noche produce nerviosismo, o que las vitaminas de la naranja pierden efecto a los pocos minutos de exprimida, o que la leche fría bebida de un trago enreda los intestinos. Lo peor es que la gente suele seguir al pie de la letra la información que le gusta, y deja de consumir lo que dicen que es perjudicial para la salud. Lo hemos visto en las películas del oeste americano: los charlatanes vendían jarabe desde lo alto de un carromato; ahora ya no necesitan el carro, porque recurren a internet o a los anuncios de televisión.

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«Anunciado en televisión», dicen algunos productos, como si la televisión fuera el púlpito de las iglesias medievales. «Probado ante notario», dicen otros, o bien sacan a un profesional con bata blanca que emite juicios de valor, como si el hábito hiciera al monje. No digo nada ya de las jovencitas de quince años que anuncian cremas adelgazantes en paños menores. Todos estos bulos atacan nuestra credulidad, porque no sabemos ver la realidad de nosotros mismos –los quince años solo se tienen una vez— o queremos creer en los milagros, y siempre ha habido y habrá quienes saben aprovecharse de nuestras debilidades.

Entonces, ¿cuál es la mejor norma de conducta? No voy a ser yo quien lo diga, porque no tengo vocación de misionero, pero me quedaría con el consejo de ser críticos, analizar bien la información y consumir de todo con mesura.