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Y quería leer libros de educación y crianza; y levantarme pronto y poder ir a correr por el puerto; y... ja, ja. Nada de nada. La gente nos paraba por la calle y nos decía: «¡Qué, de vacaciones!», y les respondía: «Ellos sí». Y me guardaba la explicación, hasta ahora. Suena el despertador sobre las ocho de la mañana del mes de agosto, ya se van levantando. Y empieza el rock & roll.

A veces se levantan con el lloro, o se lo guardan para el desayuno. O corres o te pillan, el hambre es muy mala. Lo mejor es que se levanten con la comida ya puesta en la mesa sino santíguate. A su edad el hambre es la desesperación. Después cómo rellenas la mañana. Dibujos, baile, yoga ante la imposibilidad te pones a jugar con ellos también o lees cuentos. Les entretengo o se entretienen solos entre frases de «estate quieta» «deja esto» «eso no se hace». Otras me hago la loca, y les dejo expresarse, como rallar las sillas del comedor -gracias que existe una super esponja que lo borra todo mágicamente, y que mis sillas no son de diseño- acompañada de una frase «claro que sí corazón, que pintor estas hecho. Pero da el bolígrafo a mamá». Culpa mía por dejarlo a su alcance.

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Cuando sientes que están poseídos por su otro yo, es decir, cuando hacen cosas sin sentido, y el lloro es estridente quiere decir que se caen de sueño. Les invito a dormir la siesta sí o sí. Y cuando no la hacen, ups. Malhumor el resto del día. Se prepara la comida, -normalmente ya la tengo hecha como la cena-. Nos vamos de piscina o playa (aquí acompañada, si no es un despropósito), de museos, de callejear por el pueblo. Les comparo como dos oseznos en busca de miel, a la que me despisto han metido la mano en la tierra de las macetas, el agua desparramada por la cocina, lloros porque se quitan lo juguetes.

Llega la tarde y hay que ir al parque para que jueguen, y se desfoguen sobre todas las cosas. Bendito parque que les cansa hasta caer rendidos en la cama, las mejores veces. Si no columpio a uno, ya estoy con la otra acompañándola en el tobogán. Y si no rabieta al canto, día sí y otro también. Llegamos a casa, y cenas, baños, pijamas, leches y a la cama. Les acompaño en su sueño, hasta cerrar los ojos. Cuando me queda un tiempo para mi, pues me duermo si es que no se desvelan. Suena el despertador, y 'marchando una de niños'. Mi hermana vino de visita con su bebé de cuatro meses, tenía ganas de ver a sus sobrinos. También quedó agotada de ver su estado 'oseznos buscando miel'. Nos reíamos con la comparación. Y me confesaba entre risas, «bueno el año que viene me tocará pasarlo a mí». Los niños son una bendición.