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Dice el refrán: «A comer, beber, bailar y gozar, que el mundo se va acabar». Y es que el mundo se acaba siempre, al menos para cada uno de nosotros, cuando cerramos los ojos por última vez y nos sobreviene la muerte definitiva. No nos pongamos trágicos, que la frase tiene mucha miga. Ya se sabe que comer y rascar todo es empezar, y que solemos hacer todas las cosas de este mundo por un leve cosquilleo: el cosquilleo del hambre en el estómago, el roce de unos labios ardientes y otras clases de cosquilleo que nos ponen a cien.

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Todo esto se me ocurre porque ayer noche estuve en el restaurante Ses Voltes, de Ciutadella, que junto con la organización Fra Roger, gastronomía i cultura quiere organizar una opípara cena el día 5 de noviembre durante el congreso que el Institut Menorquí d'Estudis organizará en Ciutadella en torno a la obra de cierto escritor menorquín cuyo nombre coincide extrañamente con el mío. José Manuel Salvá se había dedicado a leer muchos libros de ese autor y a entresacar diferentes platos de cocina, generalmente tradicional o medieval, que aparecen en sus páginas, con la intención de presentar algunos de ellos junto con su correspondiente referencia literaria. El cocinero había escogido una buena muestra de dichos platos para confeccionar el menú y el gerente daba la visión entre nostálgica y experta de las cosas con una sonrisa regocijada. Entonces me sentí transportado al pasado, cuando las mujeres en la playa aún no llevaban bikini sino trajes completos con una especie de faldita muy mona; cuando los primeros aviones a reacción rayaban el cielo cristalino de Menorca; cuando nos dormíamos en el tedio de la misa diaria y ya estábamos condenados al infierno por atrevernos a soñar; cuando no sabíamos ni que existía la democracia o los partidos políticos, ni tampoco sabíamos escribir en nuestra lengua. Tempus fugit. El tiempo huye, el tiempo escapa, el tiempo vuela. Memento homo quia pulvis est et in pulverem reverteris. Recuerda hombre que eres polvo y que al polvo regresarás. De donde debe de venir lo de «echar un polvo».

Robiols de pescado y de carne, canelones Rossini, ensalada de langosta, arroz a la cazuela, dentón en pan, conejo relleno, tortada con soufflé, merengues rellenos de pasta real, vinos añejos, parfait amour –que no nos falte el amor— y un largo abanico de posibilidades: raolas de endívia, robiols de crema espolvoreados con azúcar glas o panaderas de carne o pescado, todo ello mientras el tiempo vuela.