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Suelo colgar mis artículos en Facebook. A menudo recibo comentarios, las más de las veces aplaudiendo mis divagaciones. Esto es lógico desde el momento en que quienes acceden a ellas a través de este canal son amigos (al menos a la manera en que FB entiende la amistad) y por tanto existe cierto sesgo en favor de los criterios coincidentes. Además, la mayoría de quienes no comulgan con mi línea editorial (por dar un nombre rimbombante a las ocurrencias más o menos chorras que vuelco en mis escritos) no se molestan en contradecirme, bien porque no les apetece entrar al trapo, bien porque pensando lo contrario de lo que yo manifiesto les dé pereza hacérmelo saber: encuentran más razonable (y lo veo estupendo) dejar que su silencio ilustre su disconformidad, o su indiferencia cuando sea el caso.

Sin embargo, de vez en cuando, alguno de los vagamundos de la red decide declarar su parecer diverso. Recientemente ha ocurrido eso. Montse ha manifestado (de forma muy cordial, debo decirlo) su desacuerdo con mi artículo dedicado a Puigdemont. Ya he contestado a sus objeciones en la red social pero el hecho de que en su alegación dejara patente que había sentido herida su sensibilidad me ha impulsado a escribir este manifiesto para explicar por qué, según mi entender, nadie (que no sea el propio interesado) debería sentirse ofendido por mi choteo sobre la figura de Carles Puigdemont.

De entrada diré que considero el pitorreo como prácticamente el único resorte que me queda (el otro es el voto) para vengar la burla continuada de la que soy objeto, y que viene remitida, no por todos, pero sí por muchos de los que nos malgobiernan y además nos roban, y además nos mienten y además nos arengan y además nos adoctrinan, y además cobran por ello una pasta que sale directamente de nuestros bolsillos.

Si Montse hubiera seguido mis anteriores artículos (cosa que no aconsejo a nadie) hubiera podido comprobar que mis sarcasmos han sido dirigidos no solo contra los líderes de la que considero «inmensa cagada» del procés, sino contra muchos otros personajes tan dañinos para nuestra autoestima como Aznar, Rajoy, Zapatero, Iglesias, Zaplana, Rato y un largo etcétera bastante transversal, por cierto.

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Sin embargo jamás hice mofa de -por ejemplo- Errejón o Garzón, a pesar de considerarme suficientemente refractario al comunismo y nada fan de la trayectoria de Podemos. Y esto es así porque admiro a quien demuestra criterio, integridad y nobleza. Mi indignación (traducida en burla) se limita a quienes considero individuos de baja calidad (y alto coste). Y creo que de estos hay muchos. Parafraseando a Churchill («los Balcanes producen más historia de la que pueden asimilar») diría yo que los rincones de España producen más líderes incompetentes y aprovechados de los que pueden mantener. Y Carles Puigdemont (que según mi humilde criterio ha oficiado de Cantinflas en esta función) y su equipo secesionista, con sus análisis de cartón piedra van a salirnos (a catalanes y no catalanes) realmente caros con su chapuza. Por eso creo que nadie debería sentirse ofendido (salvo ellos, repito), pues distingo entre líderes y ciudadanos de a pie, a quienes respeto, anhelantes y batalladores por la consecución de un ideal (me parezca a mí más o menos tentador).

Sin embargo no quisiera callar un pequeño apéndice que atañe a esos mismos ciudadanos cuando entran en modo 'votante'. Como repite siempre un amigo cuando cree que yerro en mis deducciones, «la propaganda llega al destinatario sin esfuerzo alguno pero para conocer la verdad hay que buscarla activamente».

Y no es por nada, pero la propagada que producen los nacionalismos, incluido el español, despide un intenso olor a alcanfor.

Espabilemos: ni Catalunya es la franja de Gaza ni la justicia es ciega, ni la independencia sale gratis, ni los líderes de las formaciones en liza electoral relegarán sus intereses partidistas (tras los que a veces se agazapan ambiciones personales asociadas a un modus vivendi bastante apetitoso), ni florecerá por mayo mi occipucio con flamante cabellera.

A ver si al final el ofendido seré yo.