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El papa Francisco escribió en 2016 su «Exhortación Apostólica: la alegría del amor» (Amoris laetitia). La familia unida por el amor es, para la Iglesia católica, garantía de un futuro mejor para creyentes y no creyentes. También ha vuelto a hablar el papa de alegría, estos días, con motivo de la celebración de la Nochebuena. Ha dicho que un cristiano no debería ser un profeta de desventuras, pues hay algo que está por encima de los muchísimos motivos de tristeza o desánimo que experimentamos en nuestras vidas... el cristiano debe ser, sobre todo, un heraldo de alegría, de esperanza y de consuelo. En un mundo donde toneladas de diversión superficial no consiguen ocultar la carencia de esa alegría profunda que anhelamos, nace un niño en Belén (Tierra Santa donde continúa hoy el enfrentamiento entre gente de diferentes religiones milenarias) con un mensaje de paz, reconciliación y fraternidad para la humanidad entera.

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Cuando las divisiones y desigualdades humanas crecen y se multiplican como una plaga, Dios nos propone recorrer el camino contrario: el de la unión y el amor al prójimo como a uno mismo. No es posible mayor revolución ni revelación. Hacer el bien a los demás es la mejor manera de vivir. A pesar de todos los desastres que provocamos o padecemos con nuestro infantil egocentrismo, la llama del amor y de la vida sigue brillando, encendida, iluminando la penosa oscuridad que nos rodea... ¿Cómo no vamos a estar alegres?