TW

La industria del entretenimiento tiene un poder casi ilimitado. Nos mantienen entretenidos a todas horas y encima pagamos por ello. Aburrirse es fatal, pero ser aburrido, todavía es peor. Distraerse ayuda a pasar el rato, aunque no siempre nos salga barato. Todo ha perdido importancia más allá de uno mismo, así que los temas trascendentes ya no se llevan. Triunfan: el turismo, el populismo y el materialismo. Reina la percepción, repleta de sensualidad. Lo chabacano se nos ha ido de las manos e inunda, como un mar de lava, los pueblecitos adormilados que va encontrando a su paso. Si piensas distinto, te pondrán verde o se reirán de ti despiadadamente. Te insultarán en las redes sociales. Los exaltados y radicales, linchan y relinchan y vuelven a linchar. Los intelectuales que no están comprados a favor de una causa, están vetados en la televisión, porque la audiencia tiene poca paciencia. Cualquier sano debate se convierte pronto en combate. Si no ves el programa que ve todo el mundo, te quedarás offside. Fuera de juego.

Noticias relacionadas

Somos sensacionalistas porque vamos por la vida con una lista interminable de sensaciones. Ni argumentos de peso ni sentimientos refinados. La emoción no tiene razón. Y la razón es más del silogismo, que te rompe el corazón porque parece más de lo mismo. El mundo interior queda demasiado lejos. Queremos novedad, sorpresa, ilusión y distracción. Por eso, entre tenerse o perderse, solo hay un paso.